La batalla de Cícico fue un asedio librado entre el 74 y 73 a. C.
entre los ejércitos de la República romana, comandados por el procónsul Lucio
Licinio Lúculo, y los del Reino del Ponto, Mitrídates VI. Las tropas
ponticas pusieron sitio a la ciudad hasta que fue roto por el procónsul, quien
acabaría destruyendo a sus enemigos.
La victoria lograda por
Mitrídates sobre Lucio Licinio Murena durante la Segunda Guerra
Mitridática fortaleció la creencia del rey de que los romanos no eran
invencibles, así como sus esperanzas de crear un gran reino en Asia Menor que
contrarrestara el creciente poder romano en el mar Mediterráneo. Por eso empezó
a preparar una nueva política expansionista antirromana.
Alrededor del 80 a. C.,
Mitrídates decidió volver a someter a todas las poblaciones que gravitaban
alrededor del Ponto Euxinos. Así fue con su hijo Macares a conquistar
todas las colonias griegas hasta Cólquida. Sin embargo, la empresa fue un
desastre porque se perdieron dos contingentes, uno por una derrota y el clima y
otro por una emboscada. Cuando regresó a Ponto, envió embajadores a Roma para
firmar una nueva paz.
Al mismo tiempo, el rey Ariobarzanes
I de Capadocia envió embajadores a Roma para quejarse que la mayor parte de
los territorios ocupados por Mitrídates durante la segunda guerra no habían
sido devueltos, tal y como había prometido. En el 78 a. C. volvió a enviar una
embajada pero el dictador romano Lucio Cornelio Sila acababa de morir y
el Senado estaba ocupado en otros asuntos, así que no se admitieron sus embajadores
y todo quedo en nada. Mitrídates se enteró de la muerte del dictador y
convenció a su yerno, Tigranes II de Armenia, de invadir Capadocia, como
si fuera una acción independiente, sin embargo, no logró engañar a los romanos.
El rey armenio invadió el país y lo arrasó, tomando un gran botín y 300.000
cautivos que llevo a su nueva capital Tigranocerta, para poblarla.
Mientras eso acontecía en Asia,
Quinto Sertorio, rebelde romano en la península ibérica, lograba
extender su revuelta contra el Senado. Ahí estableció su propio Senado, a
semejanza del romano, y dos de sus miembros, Lucio Fanio y Lucio Magio,
propusieron a Mitrídates una alianza para librar una guerra en el oeste y el
este contra Roma.
Mitrídates, seducido por esta
propuesta, envió a sus embajadores a Sertorio para evaluar las posibilidades de
actuar coordinados. Finalmente se estableció una alianza en que Sertorio se
comprometía en conceder al rey Bitinia, Paflagonia, Galacia, Capadocia y la
provincia romana de Asia. También envió a su general Marco Vario (o
Mario), con sus embajadores Magio y Fanio a ayudar a su aliado.
En la primavera del 74 a. C.,
Mitrídates invadió Paflagonia con sus generales Taxiles y Hermócrates, y
luego se preparo para invadir Bitinia, recientemente convertido en provincia
romana después que su rey Nicomedes IV muriera legando su reino al pueblo
romano. El gobernador, Marco Aurelio Cota, sólo pudo huir a Calcedonia
con todos sus soldados. El rey póntico avanzó y logró derrotar en el mar al
prefecto de la flota, un tal Nudo, permitiéndole avanzar hasta los mismos muros
de la ciudad. Luego introdujo su armada en el puerto para nuevamente vencer a
los romanos. Después de esto, Cota permaneció encerrado en Calcedonia. En esta
primera batalla los romanos perdieron 3.000 soldados y los pónticos 20
bastarnos, los primeros en entrar al puerto.
Esta vez Roma fue tomada por
sorpresa. Se eligió como comandante de la expedición al cónsul (luego
procónsul) Lucio Licinio Lúculo, que reclutó una legión en la península
itálica, luego se le sumaron dos de Cayo Flavio Fimbria y dos que había
en Asia. Al llegar a Anatolia marchó contra Mitrídates, que estaba acampado
alrededor de Cícico. El rey había avanzado allí por su posición fundamental,
había ocupado la montaña que ocupaba la zona y bloqueaba por tierra y mar la
ciudad. Cícico también contaba con un magnífico puerto, poderosas murallas y
una importante ciudadela para darle aún más valor a su captura.
Cuando se aproximó al enemigo,
el procónsul se enteró que el ejército de Mitrídates sumaba unos 300.000
hombres, entre soldados, personal de marina y personal auxiliar no combatiente,
y recibía suministros por mar y tierra. Lúculo decidió colocar su castra
(campamento) cerca del póntico, en una colina fácilmente defendible, desde donde
podía obtener suministros y cortar las líneas de provisiones enemigas. Pero
para lograr aquello debía atravesar un estrecho paso defendido por un grueso
contingente póntico mandado por Taxiles, sin embargo, tuvo la suerte que
los oficiales romanos al servicio de Mitrídates se enteraron de la muerte de
Sertorio y decidieron establecer comunicaciones secretas con Lúculo, quien les
prometió su perdón pero a cambio debieron persuadir a Mitrídates de retirar sus
tropas del paso asegurándole que si dejaba al enemigo acercarse las dos legiones
de Fimbria desertarían.
El rey dio su permiso y los
romanos pudieron pasar por el estrecho paso y fortificar la colina. Así Lúculo
pudo asegurar sus líneas de provisiones mientras cortaba las del enemigo por
tierra, gracias al terreno de los alrededores, donde estaba el lago Afnitis,
varios montes y los ríos Asesepus. Los romanos sabían que se acercaba el
invierno y pronto la llegada de suministros por mar a Mitrídates sería
imposible. Lúculo esperaba que entonces el rey se retirada y habría vencido sin
luchar.
Pero Mitrídates sabía que aún
había tiempo de romper las líneas romanas con su superioridad numérica. Por
ello se centro en el asedio de Cícico, colocando bajos los muros sus aparatos
de asedio mientras pensaba en solucionar sus problemas de aprovisionamiento
tomando la ciudad. Primero, bloqueo el puerto con una doble línea de barcos,
luego levanto una línea de circunvalación alrededor de la ciudad, levantó
rampas, torres, arietes y testudos. En dos quinquerremes unidos hizo construir
una torre de asedio desde donde levanto un puente levadizo móvil gracias a un
dispositivo mecánico. Esta arma era conocida como sambuca.
Cuando todo estuvo listo,
Mitrídates envió en sus barcos a 3.000 habitantes de Cícico que tenía
prisioneros, con sus manos levantadas suplicando a sus compatriotas en los
muros de la ciudad. Decían que si no se rendían el rey los ejecutaría pero
Pisístrato, comandante de la ciudad, se negó y les dijo que aceptaran su
destino.
Cuando la amenaza fracasó,
Mitrídates hizo avanzar la sambuca hacia las paredes dejando boquiabiertos a
los defensores en un primer momento, pero después reaccionaron lanzando brea
ardiente al enemigo, obligándolo a alejarse.
Tres veces al día, todas las
maquinas de asedio de tierras intentaban asaltar la ciudad de forma coordinada.
Lograron romper a muros y lanzar material incendiario dentro, pero los
habitantes supieron amortiguar los golpes de arietes interponiendo cestas de
lana, apagar los conatos de incendios con agua y vinagre e interponerse a los
proyectiles colgando ropa o lienzos frente a las casas. Aunque los ataques
no paraban, los defensores reconstruían constantemente los muros por la noche.
Finalmente, un fuerte viento destruyó gran parte de las armas de asedio
pónticas.
Entonces, considerando aquel
suceso un mal presagio, los generales del rey Mitrídates le aconsejaron
alejarse de la ciudad pero éste se negó. Sin embargo, decidió subir río arriba
hacia el monte Dindymus, construyendo un terraplén entre aquel y la ciudad
mientras fabricaba nuevas torres y hacia cavar túneles para minar las murallas.
También por optó por enviar a sus caballos a Bitinia, pues no le eran útiles en
el asedio y estaban amenazados por el agotamiento del forraje en la zona.
Querían escabullirse al enemigo, pero el procónsul se dio cuenta y cayó sobre
ellos cuando cruzaban el río Rindaco, matando a gran número y capturando a
15.000 hombres, 6.000 caballos y un numeroso equipaje.
Cuando llegó el invierno el
ejército de Mitrídates pasó hambre hasta el punto que muchos soldados murieron
de hambre. Algunos recurrieron al canibalismo y otros a las hierbas, quedando
en un estado de salud lamentable. Así no se pudo enterrar a los cadáveres, lo
que produjo una peste. Sin embargo, el rey seguía empeñado en tomar la ciudad a
través de los montículos que se extendían desde el monte Dindymus. Pero cuando
los habitantes de la ciudad lograron derribar y quemar las maquinas de asedio
en sus frecuentes incursiones fuera del muro, el rey empezó a pensar en
abandonar el sitio.
Decidió huir una noche, yendo
con su flota a Pario, mientras su ejército fue por tierra a Lampsaco. Muchos
hombres perdieron la vida cruzando los ríos Esepo y Gránico, cuando los
encontraron las fuerzas romanas que salieron en su persecución. En honor de la
victoria los habitantes de Cícico organizaron unos juegos anuales llamados
Luculleani.
Mitrídates envió algunos barcos
a Lampsaco a ayudar a los soldados pónticos que se habían refugiado ahí pero
quedaron bajo asedio romano. Lograron salvarlos junto a los habitantes de la
ciudad. Finalmente decidió dejar 10.000 de sus mejores soldados y 50 naves a
cargo de Marco Vario, Alejandro de Paflagonia y Diógenes el Eunuco.
Él
se retiró con el grueso de su ejército a Nicomedia pero una terrible tormenta destruyó
a muchas de sus naves. El rey se salvo gracias al rescate de una nave pirata
aliada. Mientras tanto, los habitantes de Cícico salieron de su ciudad y
saquearon al campamento póntico, masacrando a los enfermos y heridos.
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