Los tresquiornitinos (Threskiornithinae) son una
subfamilia de aves pelecaniformes de la familia Threskiornithidae, conocidas
popularmente como ibis, palabra proveniente del griego, que a su vez proviene
del hîb del egipcio antiguo.
Tienen el cuello largo y el pico curvado hacia abajo,
y normalmente se alimentan en grupo, sondeando el barro para obtener la comida,
normalmente crustáceos. La mayoría nidifica en árboles, a menudo con espátulas
o garzas.
Según el folklore, el ibis es el último animal que se
refugia antes de un huracán, y el primero en reaparecer después del paso de la
tormenta. El ibis era objeto de veneración religiosa en el antiguo Egipto;
particularmente asociado con el dios Dyehuty (Thot).
Cuando los romanos estaban en Egipto, notaban esa
aberración local. ¡Las aves!. Los ibis, de dos clases, blancos y negros, eran
sagrados. Matar a uno era inconcebible; si un extranjero ignorante lo hacía, lo
llevaban a rastras hasta el ágora y allí lo descuartizaban. Conscientes de su
carácter sacrosanto, los ibis lo explotaban desvergonzadamente. Por ejemplo,
durante la llegada de César a Alejandría, estaban allí instalados, ya que huían
de las lluvias veraniegas en la lejana Etiopía.
Esto significaba que eran capaces de volar magníficamente,
pero una vez en Alejandría dejaban de hacerlo. En lugar de eso, permanecían a
millares en aquellas maravillosas calles, apiñándose en los principales cruces
con tal densidad, que parecían una capa más de pavimento. Sus abundantes y casi
líquidos excrementos ensuciaban hasta el último centímetro de todas las
superficies por las que caminaba la gente, y Alejandría, pese a su orgullo
cívico, no parecía emplear a nadie para limpiar aquella creciente inmundicia.
Probablemente cuando las aves regresaban a Etiopía, la
ciudad emprendía una colosal limpieza, pero entre tanto… El tráfico serpenteaba
y vacilaba; las carretas debían contratar a un hombre para que las precediera y
fuera apartando a esas criaturas.
En el interior del
Recinto Real de Alejandría, residencia de Cleopatra, un pequeño ejército de esclavos recogía con
delicadeza a los ibis, los metía enjaulas y los soltaba en las calles
exteriores. Lo mejor que uno podía decir de esas aves era que devoraban las
cucarachas, las arañas, los escorpiones, los escarabajos y los caracoles, y
picoteaban entre los desperdicios de los pescaderos, carniceros y pasteleros.
En esto tenían su utilidad los ibis, pero para todo lo demás eran como el mayor
estorbo de toda la creación, pese a ser sagrados.
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