lunes, 6 de noviembre de 2017

LA PRIMERA VEZ QUE SILA VIO A JULILLA DE LOS CÉSARES, SU PRIMERA ESPOSA


Allí estaba Julilla con su sirvienta; parecía más delgada y más pálida. Al verle, un salvaje destello de alegría brotó de sus ojos. ¡Preciosa! ¡Ah, nunca había habido una mortal tan hermosa! Provocado por aquella visión, Sila se detuvo, embargado por un temor próximo al pánico. Venus. Era Venus. Dueña de la vida y la muerte. Porque, ¿qué era la vida sino el principio procreador, y la muerte sino su extinción? Todo lo demás eran cosas superfluas que los fatuos hombres inventaban para convencerse de que la vida y la muerte debían significar algo más. Era Venus. ¿Le convertía eso a él en Marte, su igual en divinidad, o era un simple Anquises, un hombre mortal a quien ella se entregaba para divertirse en el espacio de un abrir y cerrar de ojos olímpico?

 

No, no era Marte. El destino le había dado una existencia de puro adorno, e incluso de cachivache sin el menor valor. No podía ser más que Anquises, el hombre cuya única fama residía en el hecho de que Venus le había amado para divertirse. Temblando de rabia, dirigió a la muchacha su amarga decepción y el veneno llenó sus venas, provocándole la imperiosa necesidad de golpearla y transformarla de Venus en Julilla.


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