Los
legionarios marchaban de ocho en fondo en sus diez octetos mientras el sol
naciente se reflejaba en las cotas de malla pulidas para un desfile que no
había empezado a celebrarse. Cada hombre, con la cabeza descubierta, llevaba un
cinturón con espada y daga y acarreaba el pilum en la mano derecha.
Colocaba el petate en una vara en forma de T inclinada sobre el hombro
izquierdo, de la cual el artículo colgado más notable era el escudo en su funda
de pellejo y el casco que sobresalía como una ampolla en lo alto.
En el petate
llevaban una ración de trigo para cinco días, garbanzos (o alguna otra
legumbre) y tocino; un frasco de aceite, un plato y una taza, todo ello de bronce;
sus cosas de afeitar; túnicas de repuesto, pañuelos del cuello y ropa interior;
la cresta de cola
de caballo teñida para el casco; el sagum circular (con un agujero en el
medio para asomar la cabeza por él) hecho de lana de Liguria engrasada para
hacerla impermeable; calcetines y pieles para poner dentro de las caligae en
el tiempo frío; una manta; un cesto de mimbre plano para llevar tierra; y
cualquier otra cosa sin la que no pudieran vivir, tales como un talismán de la
suerte o un mechón de cabello de su novia. Algunos artículos de primera
necesidad se repartían entre los componentes del octeto: un hombre llevaba el
pedernal para hacer fuego, otro la sal del octeto, otro el valioso trocito de
levadura que servía para hacer el pan, o una colección de hierbas, o una lámpara,
o un frasco de aceite para la lámpara, o un pequeño haz de ramitas para
encender el fuego. Algunas herramientas para cavar, como una dolabra o
pala y dos estacas para la empalizada del campamento iban sujetas con correas a
la vara de la estructura que aguantaba el petate de cada hombre, lo que la
hacía del tamaño adecuado para que las pudieran llevar con comodidad en la mano.
En la
mula del octeto iba un pequeño molinillo para moler grano, un hornito de
arcilla para cocer el pan, utensilios de cocina de bronce, pila de repuesto,
agua en pellejos y una tienda de piel doblada de forma compacta y apretada
junto con las cuerdas y los postes. Las diez mulas de la centuria iban trotando
detrás de la misma, y a la mula de cada octeto la atendían los dos criados no combatientes
del octeto, entre cuyas obligaciones durante la marcha estaba el importante
deber de abastecer de agua a los hombres mientras avanzaban. Como no había
caravana formal de impedimenta en aquella marcha urgente, el carromato de cada
centuria, tirado por seis mulas, iba detrás
de la misma; contenía herramientas, clavos, cierta cantidad de equipo privado,
barriles de agua, una piedra de molino más grande, comida extra y la tienda y
las pertenencias del centurión, que era el único hombre de la centuria que
marchaba sin estorbos.
Cuatro
mil ochocientos soldados, sesenta centuriones, trescientos artilleros, un
cuerpo de cien ingenieros y artificieros y unos mil seiscientos no combatientes
formaban la legión, que tenía al completo todas sus fuerzas. Con ella, tiradas por
mulas, viajaban las treinta piezas de artillería de la decimoquinta: diez
ballestas para arrojar piedras y veinte catapultas de varios tamaños, junto con
los carromatos en los que se transportaban piezas de recambio y municiones. Los
artilleros escoltaban sus queridas máquinas, engrasando los agujeros de los
ejes, preocupándose por ellas, acariciándolas. Sabían hacer muy bien su
trabajo, cuyo éxito no dependía de la suerte ciega, pues los artilleros
entendían de trayectorias, y con el proyectil de una catapulta eran capaces de
acabar, con extraordinaria precisión, con cualquier enemigo que estuviera
manejando un ariete o una torre de asedio. Los proyectiles eran para blancos
humanos, las piedras o los cantos rodados para maquinaria de bombardeo o para
sembrar el terror entre una masa de gente.
( C.
McC. )
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