La
cesta de higos llegó con una nota del médico Cha'em donde decía que todo se
había hecho según sus órdenes, que Horus la recibiría cuando llegase, que el
propio Ptah había facilitado el instrumento.
Se
bañó escrupulosamente, se puso un vestido sencillo y caminó con Charmian e Iras
a su tumba. Los pájaros cantaban en el alba. La perfumada brisa de Alejandría
soplaba suavemente.
Un
beso a Iras, otro a Charmian; Cleopatra se quitó el vestido y permaneció
desnuda.
Cuando
levantó la tapa del cesto de higos, los frutos se movieron para facilitar el
paso a una inmensa cobra real. «¡Aquí! ¡Ahora!» Cleopatra sujetó el cuerpo de la
cobra con las dos manos justo por debajo de su caperuza cuando se irguió fuera
del cesto y le ofreció los pechos. La cobra mordió con un golpe audible, un
golpe tan poderoso que ella se tambaleó y la dejó caer.
La
cobra se alejó de inmediato para esconderse en un rincón oscuro, y acabaría por
encontrar una salida a través de un conducto. Charmian e Iras se sentaron mientras
la reina moría, un proceso corto pero agonizante. Rigidez, convulsiones, un
coma inquieto. Cuando murió, las dos mujeres se ocuparon de sus muertes.
Desde
las sombras se adelantaron los sacerdotes embalsa- madores para llevarse el cuerpo
del faraón y colocarlo en una mesa desnuda. El puñal con que hicieron la
incisión en su flanco era de obsidiana; a través del tajo sacaron el hígado, el
estómago, los pulmones y los intestinos. Cada uno fue lavado, enrollado,
envuelto con hierbas y especies, excepto el incienso, prohibido, y después los
colocaron en una jarra canópica con natrón y resina. El cerebro lo quitarían
más tarde, después de que el conquistador romano hiciese su visita.
( C.
McC. )
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