jueves, 20 de noviembre de 2014

LA SACROSANTA PERSONA DEL TRIBUNO DE LA PLEBE Y EL IMPERIUM


( En las fotos, Marco Antonio cuando era tribuno de la plebe, al servicio de los intereses de Cayo Julio César, procónsul de la Galia Comata, y cuyo derecho de veto fue violado, aparte de agredido por parte de los senadores del bando de los boni o optimates representados especialmente por Marco Porcio Catón)

 

A primera vista, el tribuno de la plebe era un cargo menor en la jerarquía senatorial. Los tribunos de la plebe no tenían imperium. ¡Imperium! Pues bien, eso de ímperíum para la mentalidad de un no romano equivalía al grado de autoridad que posee un dios en la tierra. Con aquello, un solo pretor podía obligar a un gran rey a que le acompañase. Los gobernadores provinciales tenían imperium, los cónsules tenían ímperíum, los pretores tenían imperium, curules y ediles tenían imperium, pero todos ellos poseían una clase distinta de imperium. La única evidencia tangible de imperium era el lictor. Los lictores eran ayudantes profesionales que iban delante del que ostentaba el imperium abriéndole paso y llevando sobre el hombro izquierdo el fasces o haz de varas sujetas con cintas rojas.

 

Los censores no tenían imperium. Ni los ediles de la plebe, ni los cuestores. Tampoco lo tenían los tribunos de la plebe. Estos últimos eran los representantes elegidos del pueblo, ese vasto conjunto de ciudadanos romanos sin derecho a la alta distinción de ser patricios. Los patricios eran la aristocracia antigua, aquellos cuya familia había formado parte de los padres de Roma. Cuando la república acababa de constituirse, sólo contaban los patricios, pero con el paso de los siglos, conforme algunos plebeyos adquirieron dinero y poder e ingresaron en el Senado ocupando una silla curul, también quisieron ser aristócratas, y el resultado fueron los nobilis. Así, la doble aristocracia la constituían los patricios y los nobles. Para ser noble bastaba con tener un cónsul en la familia, y nada impedía que un plebeyo llegara a cónsul. De este modo quedaban satisfechos el honor y la ambición de los plebeyos.

 

Los plebeyos tenían su propia asamblea de gobierno, a la que les estaba vedada la asistencia y el voto a los patricios. Pero tan poderosos se habían hecho los plebeyos, en detrimento de los patricios, que este nuevo organismo de la Asamblea de la Plebe era quien asumía la mayor parte de la legislación. Para que velaran por sus intereses, la plebe elegía diez tribunos renovables cada año, y ésa era la peor característica del gobierno romano: que sus magistrados sólo ocupaban el cargo durante un año, con la consecuencia de que no se podía sobornar a una persona, al no saber si iba a durar lo bastante para servir los intereses de uno, como les interesaba a algunos ricos y poderosos reyes extranjeros. Así, cada año había que sobornar a un hombre distinto, y generalmente había que sobornar a varios, y aún así resultaba carísimo y complicado.

 

No, un tribuno de la plebe no tenía imperium ni era un magistrado mayor; en apariencia, no contaba gran cosa. No obstante, habían logrado convertirse en los magistrados más importantes del común y disponían de auténtico poder, ya que eran los únicos con derecho a veto. Y era un veto que obligaba a todos; sólo el dictador quedaba exento de él. Un tribuno de la plebe podía vetar a un censor, a un cónsul, a un pretor, al Senado, a sus nueve colegas tribunos de la plebe, vetar las reuniones, las asambleas, las elecciones, prácticamente cualquier cosa. Además, su persona era sacrosanta; es decir, no se le podía impedir fisicamente que ejecutara sus funciones. Y, además, hacía las leyes. El Senado no podía legislar, sino únicamente recomendar la adopción de una ley.

 


Es indudable que todo esto tendía a establecer un sistema equilibrado de controles para impedir la posible hegemonía política de un organismo o un individuo. Si los romanos hubieran sido una raza superior de animales políticos, el sistema habría dado resultado; pero como no lo eran, casi no funcionaba. De entre todos los pueblos en la historia universal, los romanos eran los más ingeniosos para encontrar subterfugios legales a la ley.



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