domingo, 15 de marzo de 2015

LA ESCUELA DE GLADIADORES DE RÁVENA, PROPIEDAD DE CAYO JULIO CÉSAR

 

Quedarse una larga temporada en Rávena no suponía ningún esfuerzo. Como tenía allí la escuela de gladiadores, César también poseía allí una villa. El clima se consideraba el mejor de toda Italia y era saludable, lo que convertía a Rávena en un maravilloso lugar para el entrenamiento físico.

 

Tener gladiadores era una afición muy provechosa, y César la encontraba tan absorbente que tenía varios miles de ellos, aunque la mayoría estaban destinados en una escuela cerca de Capua. Rávena estaba reservada para la flor y nata, aquellos para los que César tenía planes después de que acabasen su entrenamiento en la pista de arena.

 

Sus agentes sólo compraban o adquirían a través de los tribunales militares los individuos más prometedores, y los cinco o seis años que esos hombres pasaban peleando eran buenos si César era el dueño. Se trataba principalmente de desertores de las legiones (a los que se ofrecía elegir entre privación de los derechos civiles o convertirse en gladiadores), aunque algunos eran asesinos convictos; también había otros que ofrecían voluntariamente sus servicios. A estos últimos César nunca los aceptaba, pues afirmaba que un romano libre al que le gustase la pelea lo que tenía que hacer era alistarse en las legiones.

 

Los gladiadores tenían buen alojamiento, estaban bien alimentados y no se les hacía trabajar en exceso, cosa que solía ser así en la mayoría de las escuelas de gladiadores, pues éstas no eran prisiones. Los hombres entraban y salían a su antojo a menos que tuvieran un combate en perspectiva, en cuyo caso se esperaba de ellos que permanecieran en la escuela, que se mantuvieran sobrios y que entrenasen a fondo antes del combate; ningún hombre que poseyera gladiadores quería ver cómo mataban o mutilaban en la arena a su costosa inversión.

 

El combate de gladiadores era un deporte muy popular que tenía muchos espectadores, aunque no era una actividad de circo y requería un local más pequeño, como el mercado de una ciudad. Era una tradición que los hombres ricos que sufrían la pérdida de un familiar celebraran unos juegos funerarios en memoria del pariente difunto, y éstos consistían en combate de gladiadores. Alquilaban a los combatientes en alguna de las muchas escuelas de gladiadores, y normalmente contrataban entre cuatro y cuarenta parejas, por los que pagaban abundantes cantidades de dinero.

 

 Los gladiadores iban a la ciudad, luchaban y regresaban a la escuela. Y al cabo de seis años o de treinta combates se retiraban una vez cumplida su sentencia. Tenían asegurada la ciudadanía, generalmente habían conseguido ahorrar algo de dinero, y los que eran realmente buenos se convertían en ídolos del público cuyos nombres se conocía en toda Italia.

 

Uno de los motivos por los que aquel deporte le interesaba a César era que le preocupaba el destino de aquellos hombres una vez que habían cumplido su pena. César consideraba que la clase de habilidades que habían adquirido se malgastaba si se marchaban a Roma o a cualquier otra ciudad y allí se alquilaban como guardaespaldas o matones. Él prefería convencerlos de que entrasen en las legiones, pero no como soldados rasos. Un buen gladiador que no hubiera recibido demasiados golpes en la cabeza se convertía en un excelente instructor en los campamentos de entrenamiento militar, y algunos llegaban a ser espléndidos centuriones. También le divertía enviar a los que habían desertado de las legiones de regreso a las mismas como oficiales.

 

Ése era el motivo de que hubiese fundado la escuela de Rávena, donde tenía a sus mejores hombres; aunque la mayoría vivían en la escuela que él poseía cerca de Capua. Naturalmente nadie lo había visto por allí desde que asumió su cargo de gobernador, porque el gobernador de una provincia no podía poner los pies en Italia propiamente dicha mientras estuviese al mando de un ejército.


( C. McC. )



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