Quedarse
una larga temporada en Rávena no suponía ningún esfuerzo. Como tenía allí la escuela
de gladiadores, César también poseía allí una villa. El clima se consideraba el
mejor de toda Italia y era saludable, lo que convertía a Rávena en un
maravilloso lugar para el entrenamiento físico.
Tener
gladiadores era una afición muy provechosa, y César la encontraba tan
absorbente que
tenía varios miles de ellos, aunque la mayoría estaban destinados en una
escuela cerca de Capua. Rávena estaba reservada para la flor y nata, aquellos
para los que César tenía planes después de que acabasen su entrenamiento en la
pista de arena.
Sus
agentes sólo compraban o adquirían a través de los tribunales militares los individuos
más prometedores, y los cinco o seis años que esos hombres pasaban peleando
eran buenos si César era el dueño. Se trataba principalmente de desertores de
las legiones (a los que se ofrecía elegir entre privación de los derechos civiles
o convertirse en gladiadores), aunque algunos eran asesinos convictos; también
había otros que ofrecían voluntariamente sus servicios. A estos últimos César nunca
los aceptaba, pues afirmaba que un romano libre al que le gustase la pelea lo
que tenía que hacer era alistarse en las legiones.
Los
gladiadores tenían buen alojamiento, estaban bien alimentados y no se les hacía
trabajar en exceso, cosa que solía ser así en la mayoría de las escuelas de
gladiadores, pues éstas no eran prisiones. Los hombres entraban y salían a su
antojo a menos que tuvieran un combate en perspectiva, en cuyo caso se esperaba
de ellos que permanecieran en la escuela, que se mantuvieran sobrios y que
entrenasen a fondo antes del combate; ningún hombre que poseyera gladiadores quería
ver cómo mataban o mutilaban en la arena a su costosa inversión.
El
combate de gladiadores era un deporte muy popular que tenía muchos
espectadores, aunque no era una actividad de circo y requería un local más
pequeño, como el mercado de una ciudad. Era una tradición que los hombres ricos
que sufrían la pérdida de un familiar celebraran unos juegos funerarios en
memoria del pariente difunto, y éstos consistían en combate de gladiadores.
Alquilaban a los combatientes en alguna de las muchas escuelas de gladiadores,
y normalmente contrataban entre cuatro y cuarenta parejas, por los que pagaban
abundantes cantidades de dinero.
Los gladiadores iban a la ciudad, luchaban y
regresaban a la escuela. Y al cabo de seis años o de treinta combates se
retiraban una vez cumplida su sentencia. Tenían asegurada la ciudadanía, generalmente
habían conseguido ahorrar algo de dinero, y los que eran realmente buenos se
convertían en ídolos del público cuyos nombres se conocía en toda Italia.
Uno
de los motivos por los que aquel deporte le interesaba a César era que le preocupaba
el destino de aquellos hombres una vez que habían cumplido su pena. César
consideraba que la clase de habilidades que habían adquirido se malgastaba si
se marchaban a Roma o a cualquier otra ciudad y allí se alquilaban como
guardaespaldas o matones. Él prefería convencerlos de que entrasen en las
legiones, pero no como soldados rasos. Un buen gladiador que no hubiera
recibido demasiados golpes en la cabeza se convertía en un excelente instructor
en los campamentos de entrenamiento militar, y algunos llegaban a ser
espléndidos centuriones. También le divertía enviar a los que habían desertado de las legiones de regreso a las
mismas como oficiales.
Ése
era el motivo de que hubiese fundado la escuela de Rávena, donde tenía a sus mejores
hombres; aunque la mayoría vivían en la escuela que él poseía cerca de Capua.
Naturalmente nadie lo había visto por allí desde que asumió su cargo de
gobernador, porque el gobernador de una provincia no podía poner los pies en
Italia propiamente dicha mientras estuviese al mando de un ejército.
( C.
McC. )
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