domingo, 25 de octubre de 2020

JULIANO EL APÓSTATA DICE SOBRE LA POMPA IMPERIAL ANTE LA PLEBE

 

Fue el emperador Diocleciano quien decidió que deberíamos convertimos en reyes asiáticos —de hecho ya que no de título— para ser exhibidos en raras ocasiones como brillantes efigies de dioses. La razón de Diocleciano era comprensible, quizá ineludible, ya que en el último siglo los emperadores fueron puestos y sacados con toda facilidad según el capricho del ejército. Diocleciano pensó que si éramos apartados, santificados ante los ojos del pueblo y rodeados por un ritual imponente, el ejército tendría menos oportunidades de tratarnos con tan fácil desdén. En cierta medida esta política logró sus objetivos. Sin embargo, todavía cuando cabalgo con gran ceremonia y veo el temor en el rostro del pueblo, un temor no inspirado por mí sino por la teatralidad de la pompa, me siento un perfecto impostor y me entran ganas de sacarme todo el oro de encima y de gritar: «¿Deseáis una estatua o un hombre?» Por supuesto, no lo hago porque me responderían: «¡Una estatua!.






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