domingo, 11 de octubre de 2020

CÉSAR SE GANA LA CONFIANZA DE SUS LEGIONARIOS

Creo que, después de las campañas del primer año en las Galias, ningún soldado mío podía pensar que su comandante en jefe lo abandonaría. Después de haberme separado de mi caballo, me puse el manto escarlata que siempre uso en las acciones de guerra y antes de que comenzara la batalla recorrí a pie las líneas, llamando por su nombre a los centuriones en quienes confiaba más y deteniéndome de cuando en cuando para decir unas pocas palabras de aliento a los soldados. Decía las cosas usuales (que también pueden encontrarse en un manual); pero me parece que al decirlas podía comunicar algo de mi entusiasmo y de mi determinación de obtener la victoria. En tales momentos, me siento exaltado y no sería muy exacto considerar esta exaltación como una forma de egoísmo. En cierto sentido no sería desacertado afirmar que veo la larga línea de las legiones como una extensión de mi propia personalidad. Las legiones ocupan más espacio del que soy capaz de ocupar y representan mayor poder físico del que yo puedo concentrar en mi cuerpo. Su actividad y hasta algunos de sus pensamientos y aspiraciones son funciones de mi voluntad, de mi ambición, de mi cuidadoso adiestramiento y de mi determinación de llegar a una meta. En este sentido, puedo sentir que mi ejército es un instrumento en mis manos; pero en los momentos en que está a punto de entablarse una batalla, siento mucho más que eso. Me siento el amigo y el camarada de cada soldado que está a punto de enfrentarse con la muerte o de caer herido, y estoy convencido de que tengo el poder de impartir a cada uno de ellos algo de mi propia vehemencia y seguridad. En esos momentos, también los soldados me hablan con soltura, con facilidad, pues saben que nuestro lenguaje es el mismo.








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