Sin embargo, los
acuerdos no duraron ni siquiera un breve espacio de tiempo, pues Cepión,
hermano y sucesor en el mando de Serviliano, el autor del pacto,
denunció el mismo y envió cartas afirmando que era el más indigno para los
romanos. El senado en un principio convino con él en que hostigara a ocultas a Viriato
como estimara oportuno. Pero como volvía a la carga de nuevo y mandaba
continuas misivas, decidió romper el tratado y hacer la guerra a Viriato
abiertamente.
Viriato envió a
sus amigos más fieles, Audax, Ditalcón y Minuro, a Cepión para negociar
los acuerdos de paz. Éstos, sobornados por Cepión con grandes regalos y
muchas promesas, le dieron su palabra de matar a Viriato. Y lo llevaron a cabo
de la manera siguiente. Viriato, debido a sus trabajos y preocupaciones, dormía
muy poco y las más de las veces descansaba armado para estar dispuesto a todo
de inmediato, en caso de ser despertado. Por este motivo, le estaba permitido a
sus amigos visitarle durante la noche. Gracias a esta costumbre, también en
esta ocasión los socios de Audax aguardándole, penetraron en su tienda en el
primer sueño, so pretexto de un asunto urgente, y lo hirieron de muerte en el
cuello que era el único lugar no protegido por la armadura. Sin que nadie se
percatara de lo ocurrido a causa de lo certero del golpe, escaparon al lado de
Cepión y reclamaron la recompensa. Éste en ese mismo momento les permitió
disfrutar sin miedo de lo que poseían, pero en lo tocante a sus demandas los
envió a Roma. Los servidores de Viriato y el resto del ejército, al hacerse de
día, creyendo que estaba descansando, se extrañaron a causa de su descanso
desacostumbradamente largo y, finalmente, algunos descubrieron que estaba
muerto con sus armas. Al punto los lamentos y el pesar se extendieron por todo
el campamento, llenos todos de dolor por él y temerosos por su seguridad
personal al considerar en qué clase de riesgos estaban inmersos y de qué
general habían sido privados.
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