La
palabra dictador viene del latín dictator y significa literalmente «el que
dicta». En sus orígenes, tampoco se les llamaba dictadores sino magister populi
(maestros del pueblo, maestros de la gente o maestros del ejército).
La historia de Cincinato “el
del pelo ensortijado”, se remonta al 467 a. C. cuando Roma estaba entrando en
un conflicto importante por una ley agraria que favorecía la entrega de tierra
a los plebeyos de Roma. Fue Cónsul y dos veces dictador.
Nos dejó escrito Tito Livio
la siguiente anécdota:
Una delegación del senado
fue enviada al otro lado del río Tíber a buscar a Cincinato, éste vivía en
terreno no muy grande y una modesta choza con su esposa. La delegación lo
encontró trabajando la tierra, como de costumbre. El pobre Cincinato no estaba
ni enterado de lo que sucedía. Mientras se secaba el sudor y se quitaba el
polvo ordenó a su esposa que le trajese su toga.
No
prestos a esperar a su esposa, la delegación le hizo entrega de la toga de
dictador y se lo llevaron a Roma. El pueblo estaba en descontento al enterarse
de nuevo que Cincinato fuese nombrado dictador y con mucha razón: podía
ejecutar a cuanto plebeyo se le cruzara por la mente, tomar las medidas que
creyera convenientes y ni así sería culpable. Siendo dictador tenía todos los
privilegios así que la ciudad estaba asustada de este hecho.
Pero aún así, con todo ese
poder y las razones para abusar de su situación, Cincinato no hizo nada más que
proteger la ciudad, resultando victorioso.
Una vez solventado el
conflicto renunció a su magistratura y se retiró a la soledad de su humilde
hogar para seguir arando la tierra.
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