domingo, 5 de diciembre de 2021

CNEO POMPEYO MAGNO VENCIDO Y HUYENDO TRAS LA DERROTA DE FARSALIA

 

Pompeyo, a los pocos pasos que hubo andado desde el campamento, dejó el caballo, siendo en muy corto número las personas que le seguían; como nadie le persiguiese, caminaba despacio, pensando en lo que era natural pensase un hombre acostumbrado por treinta y cuatro años continuos a vencer y mandar a todos, y que entonces por la primera vez probaba lo que era ser vencido y huir. Contemplaba que en una hora había perdido aquella gloria y aquel poder que había ido creciendo con peligros, combates y continuas guerras, y que el mismo que poco antes era guardado con tantas armas, caballos y tropas caminaba ahora tan abatido y desamparado, que podía ocultarse a los enemigos que le buscaban. Pasó por delante de Larisa, y habiendo llegado al valle de Tempe se echó en tierra de bruces aquejado de la sed bebió en el río, levantóse y continuó marchando por el valle hasta que llegó al mar. Pasó allí lo que restaba de la noche, reposando en la barraca de unos pescadores, y al amanecer, embarcándose en una lanchita de río, admitió en ella a los hombres libres que le seguían, mandando a los esclavos que se fueran a presentar a César y no temieran. Iba costeando, y vio una nave grande de comercio que estaba para dar la vela, de la que era capitán un ciudadano romano, de ningún trato con Pompeyo, pero al que conocía de vista; llamábase Peticio. Este, en la noche anterior, había visto entre sueños a Pompeyo, no como otras muchas veces, sino como abatido y apesadumbrado. Habíalo así referido a sus pasajeros, según la costumbre de entretenerse con semejantes conversaciones los que están de vagar. En esto, uno de los marineros se presentó diciendo haber visto que venía de tierra un barquichuelo de río y que unos hombres que en él se hallaban les hacían señas, sacudiendo las ropas y les tendían las manos. Levantóse Peticio, y habiendo conocido al punto a Pompeyo, como le había visto entre sueños, dándose una palmada en la cabeza, mandó a los marineros que echaran el bote, y alargando la diestra llamaba a Pompeyo, conjeturando ya por la disposición en que le veía la terrible mudanza de su suerte. Así, sin aguardar súplicas ni otra palabra alguna, recogiéndole, y a los que con él venían, que eran los dos Léntulos y Favonio, se hizo al mar; y habiendo visto al cabo de poco al rey Deyótaro, que por tierra venía hacia ellos, también le recibieron. Llegó la hora de la cena, la que dispuso el maestre de la nave con lo que a mano tenía; y viendo Favonio que Pompeyo, por falta de sirvientes, había empezado a lavarse a si mismo, corrió a él y le ayudó a lavarse y ungirse, y de allí en adelante continuó ungiéndole y sirviéndole en todo lo que los esclavos a sus amos, hasta lavarle los pies y aparejarle la comida, tanto, que alguno, al ver la naturalidad, la sencillez y pronta voluntad con que se hacían aquellos oficios, no pudo menos de exclamar: ¡Cómo todo está bien al hombre grande!


( Plutarco )





 


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