miércoles, 5 de diciembre de 2018

ACTÉ Y CALPURNIA, PROSTITUTAS AL SERVICIO DE CLAUDIO EN SU RESIDENCIA DE CAPUA


 
Tenía a Calón y a Palas conmigo, y hacía una vida tranquila y ordenada. Me interesaba la granja anexa a mi casa de campo, y recibía ocasionales visitas de mis amigos de Roma, que iban a pasar sus vacaciones conmigo. Había una mujer que vivía permanentemente en la casa; se llamaba Acte. Era una prostituta profesional y una mujer muy honrada. Nunca tuve un problema con ella en los quince años que vivió conmigo. Nuestras relaciones eran puramente comerciales. Había elegido deliberadamente la prostitución como profesión; yo le pagaba bien. No tenía un pelo de tonta. En cierto modo nos apreciábamos mutuamente. Al cabo me dijo que quería retirarse con lo que había ganado. Se casaría con un hombre honesto, de preferencia un antiguo soldado, se establecería en una de las colonias y tendría hijos antes de que fuese demasiado tarde. Siempre había querido tener hijos. La besé, me despedí de ella y le di como dote una buena cantidad de dinero, para facilitarle las cosas. Pero no se fue hasta después de encontrar una sucesora de la que pudiese estar segura de que me trataría como debía. Encontró a Calpurnia, que se parecía tanto a ella, que a menudo pensé que era su hija.
 
En una ocasión Acte mencionó que tenía una hija que había dado a criar porque no se podía ser prostituta y madre al mismo tiempo. Bueno, Acte se casó con un ex soldado de la guardia que la trataba muy bien y que le dio cinco hijos. La menciono sólo porque mis lectores se preguntarán qué tipo de vida sexual hacía yo, separado de Urgulanila. No creo que sea natural que un hombre normal viva mucho tiempo sin una mujer, y como Urgulanila era imposible como esposa, pienso que no se me puede censurar por vivir con Acte. Esta y yo teníamos un convenio, en el sentido de que, mientras estuviésemos juntos, ninguno de los dos tendría relación alguna con otras personas. No era por sentimiento, sino como precaución médica: ahora había en Roma muchas enfermedades venéreas, otro fatal legado, de paso, de las guerras púnicas.


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