Nerón se valió de las ruinas de
la patria para construirse un palacio en el cual no solamente se ofrecían, a la
maravilla de todos, oro y piedras preciosas, que entonces constituían un
desahogo común, sino campos y lagos y, por una parte, enormes extensiones de
bosques solitarios y, por otra, espacios abiertos y panoramas.
Lo que quedaba de la ciudad,
fuera del palacio, fue reedificado no como sucedió después del incendio de los
galos, sin un plano regulador, con las casas dispuestas aquí y allá sin orden
ni concierto, sino que se midió perfectamente el trazado de los barrios, donde
se hicieron calles anchas, se limitó la altura de los edificios, se abrieron
patios y parques, a los que se añadieron pórticos para proteger la parte
anterior de las manzanas de casas. Nerón prometió consignar a sus legítimos
propietarios aquellos pórticos, tras haberlos hecho construir a sus expensas y
haber hecho desescombrar los patios. Asignó premios según la clase social y los
bienes de cada uno, y fijó el plazo dentro del cual tenían que estar terminados,
para poder optar a los premios. Ordenó que se vertiesen en las marismas de Ostia
los materiales de desecho y ordenó que las naves cargadas de trigo, que
remontaban el Tíber, regresaran cargadas de escombros; quiso también que los
edificios en algunas de sus partes no estuvieran consolidados con vigas, sino
con piedra de Gabies o de Albano, porque ésta es refractaria al fuego.
Puso guardias para vigilar que
el agua, desviada por abuso de los particulares, corriera más abundante y en
más lugares en beneficio de todos e hizo que cada cual tuviese en lugares
públicos medio para extinguir los incendios, disponiendo también que no hubiese
paredes en común, sino que cada edificio estuviera rodeado de sus propios
muros. Todas estas providencias, bien recibidas por su utilidad, trajeron además
ornamento y decoro a la nueva ciudad. No obstante, había quien opinaba que la antigua
disposición de las calles y de las casas de Roma se compaginaba mejor con la
salubridad, porque la estrechez de las calles y la altura de los edificios no
dejaban penetrar el calor del sol; mientras , que ahora los anchos espacios
libres estaban expuestos a mayor calor, sin ninguna sombra que los protegiese.
( Cornelio Tácito )
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