miércoles, 11 de marzo de 2015

CARTA DE POMPEYO DESDE ROMA, A SU SUEGRO CÉSAR EN BRITANIA


 

Odio decirlo, César, pero aún no hay indicio de que vaya a haber elecciones curules. Oh, Roma seguirá existiendo e incluso tendrá alguna clase de gobierno, puesto que conseguimos elegir a algunos tribunos de la plebe. ¡Menudo circo fue aquello! Catón se metió en el asunto. Primero utilizó su posición de pretor de la plebe para bloquear las elecciones plebeyas, luego lanzó una seria advertencia, con ese tono vociferante suyo, de que iba a hacer un cuidadoso escrutinio de cada una de las tablillas que los votantes echasen en los cestos, y que si encontraba a algún candidato manipulando los resultados, lo procesaría. ¡Con eso aterrorizó a los candidatos!

 

Desde luego, todo ello surgió del pacto que el idiota de mi sobrino Memmio hizo con Enobarbo. ¡Nunca en la historia de nuestras elecciones, sembrada de sobornos, ha habido tantas personas que han sobornado y tantas personas que han aceptado esos sobornos! Cicerón bromea con que la cantidad de dinero que ha cambiado de manos es tan asombrosa que ha hecho que la media de los intereses se eleve del cuatro al ocho por ciento. No está muy equivocado, aunque no lo diga en serio. Yo creo que Enobarbo, que es el cónsul que supervisa las elecciones, pues Apio Claudio no puede ya que es patricio, creyó que podría hacer lo que se le antojase. Y lo que se le ha antojó es que mi sobrino Memmio y Domicio Calvino sean los cónsules del próximo año. Toda esa pandilla, Enobarbo, Catón, Bíbulo... todavía andan por ahí olisqueando como perros en un campo de excrementos tratando de hallar algún motivo para procesarte y quitarte todas las provincias y el mando que ostentas. Les sería mucho más fácil si los cónsules estuvieran de su parte, y también algunos tribunos de la plebe activistas.

 

Supongo que será mejor que primero termine de contarte todo lo referente a Catón. Pues bien, a medida que pasaba el tiempo y empezaba a parecer, cada vez más, que no tendríamos cónsules ni pretores el año que viene, también se hizo vital que por lo menos tuviéramos tribunos de la plebe. Quiero decir que Roma puede pasarse sin magistrados superiores. Mientras esté el Senado para controlar los cordones de la bolsa y haya tribunos de la plebe que hagan pasar las leyes necesarias, ¿quién echa de menos a los cónsules y a los pretores? A menos que los cónsules seamos tú o yo; ni que decir tiene.

 

Al final, los candidatos a tribunos de la plebe fueron como colectivo a ver a Catón y le suplicaron que retirase su oposición. Honradamente, César, ¿cómo se sale Catón con la suya? Pero fueron más allá de la simple súplica. Le hicieron una oferta: cada candidato pondría medio millón de sestercios (que le darían a él para que los guardase) si Catón no sólo consentía en que se celebrasen las elecciones, sino que ¡las supervisaba personalmente! Si hallaba a un hombre culpable de amañar el proceso electoral, le impondría a ese hombre el medio millón de sestercios como multa. Muy complacido consigo mismo, Catón accedió. Aunque era demasiado inteligente como para aceptar el dinero. Les obligó a darle notas promisorias muy precisas legalmente para que no pudieran acusarle de malversación. Astuto, ¿verdad?

 

El día de las elecciones llegó por fin sólo tres nundinae después, y allí estaba Catón vigilando la actividad como un halcón. ¡Tienes que admitir que tiene suficiente nariz como para merecer esa comparación! Halló a un candidato culpable y le ordenó bajar y pagar la multa. Lo más probable es que pensase que toda Roma caería de bruces desmayada al ver tanta incorruptibilidad. Pero no sucedió así. Los líderes de la plebe están furiosos. Dicen que es anticonstitucional e intolerable que un pretor se erija a sí mismo, no juez de su propio tribunal, sino funcionario electoral sin ser designado por nadie.

 

Los caballeros, esos baluartes del mundo de los negocios, odian la mera mención del nombre de Catón, y las hordas indignadas de Roma consideran que está loco, en parte por su semidesnudez y por su resaca perpetua. Al fin y al cabo, ¡es pretor del tribunal de extorsión! Está juzgando a personas que tienen la suficiente categoría como para haber sido gobernadores de alguna provincia... ¡personas como Escauro, el actual marido de mi ex mujer! ¡Un patricio de la más antigua estirpe! Pero, ¿qué hace Catón? Pospone el juicio de Escauro una y otra vez, demasiado borracho para presidir si se sabe la verdad, y cuando aparece lo hace sin zapatos, sin túnica debajo de la toga y con notables ojeras. Tengo entendido que en los albores de la república los hombres no llevaban zapatos ni túnicas, pero ésta es la primera noticia que tengo de que esos dechados de virtud lleven adelante sus carreras profesionales en el Foro con resaca.

 

Le pedía Publio Clodio que le hiciera la vida imposible a Catón, y Clodio lo intentó de veras. Pero al final se dio por vencido. Vino a decirme que si realmente quería meterme debajo de la piel de Catón, tendría que hacer que César regresara de la Galia.

 

El pasado abril, poco después de que Publio Clodio regresara a casa de su viaje para recaudar deudas en Galacia, ¡compró la casa de Escauro por catorce millones y medio! Los precios de los bienes inmuebles son tan fantasiosos como una vestal preguntándose cómo será hacer el amor. Puedes conseguir medio millón por un armario con orinal. Pero Escauro necesitaba el dinero desesperadamente. Ha sido pobre desde que organizó los juegos cuando era edil... y cuando al año intentó meterse un poco de dinero en la bolsa aprovechándose de su provincia, acabó en el tribunal de Cátón. Y lo más probable es que siga allí hasta que Catón abandone su cargo, tan despacio van las cosas en el tribunal de Catón.

 

Por otra parte, a Publio Clodio le sobra el dinero. Desde luego, tenía que buscarse otra casa, eso ya lo comprendo. Cuando Cicerón reconstruyó la suya, la hizo tan alta que Publio Clodio perdió toda la vista panorámica. Una venganza como cualquier otra, ¿verdad? Fíjate, el palacio de Cicerón es un monumento al mal gusto. ¡Y pensar que tuvo el descaro de comparar la bonita y pequeña villa que yo adosé a la parte de atrás del complejo de mi teatro con un bote adosado a un velero!

 

Lo que ello indica es que Publio Clodio le sacó el dinero al príncipe Brogitaro. No hay nada como ir a cobrar en persona. En estos días que corren es un alivio no ser el blanco de Clodio. Nunca creí que yo conseguiría sobrevivir a aquellos años, justo después de que tú partieras para la Galia, cuando Clodio y su banda callejera me agobiaban sin cesar. Casi no me atrevía a salir de mi casa. Aunque fue un error emplear a Milón para que dirigiera a aquellas pandillas que se oponían a Clodio. Le di a Milón grandes ideas. Oh, ya sé que es un Annio, aunque, de todos modos, lo es por adopción, pero ese hombre es exactamente igual que el nombre que tiene, un fornido zoquete que no sirve más que para levantar yunques y poca cosa mas.

 

¿Sabes qué se le ocurrió? ¡Vino a pedirme que lo apoye cuando se presente a cónsul! «Mi querido Milón -le dije-, ¡no puedo hacer eso! ¡Sería lo mismo que admitir que tú y tu pandilla estuvisteis trabajando para mi!» Me respondió que, en efecto, él y sus pandillas callejeras habían trabajado para mi, y que qué importaba eso. Tuve que enfadarme mucho con él antes de conseguir que se marchara.

 

Me alegro de que Cicerón ganase el caso de Vatinio, tu hombre. ¡Qué mal debió de sentarle eso a Catón, que actuaba de presidente del tribunal! Tengo la seguridad de que Catón sería capaz de ir al Hades y cercenarle a Cancerbero una de sus cabezas si creyera que con eso te iba a meter a ti en sopa hirviendo. Lo raro del juicio de Vatinio es que Cicerón antes aborrecía a ese hombre, pero..., ¡tú ya habrás oído al gran abogado quejarse de que te debe millones y por ello tiene que defender a todas tus criaturas! Pero, mientras ellos estaban muy juntitos en el juicio, ocurrió algo. El caso es que terminaron como dos niñas que acaban de conocerse en la escuela y no pueden vivir la una sin la otra. Una pareja extraña, aunque realmente resulta bastante bonito verles juntos riéndose con risitas tontas. Los dos son brillantes e ingeniosos, así que se agudizan el uno al otro.

 

Tenemos el verano más caluroso que nadie alcanza a recordar, y no llueve nada. A los agricultores les va muy mal. Y esos hijos de puta egoístas de Interamno han decidido cavar un canal para desviar el agua del lago Velino hacia el río Nar y tener así agua para regar sus campos. El problema es que las Rosea Rura se secaron en el mismo momento en que se vació el Velino. ¿Te lo imaginas? ¡Las tierras de pastos más ricas de Italia completamente áridas! El viejo Axio, el de Reate, vino a verme y me exigió que el Senado ordenase a los de Interamno que llenaran el canal, así que voy a llevar el asunto a la Cámara, y si es necesario haré que uno de mis tribunos de la plebe lo convierta en ley. Quiero decir que tú y yo somos ambos militares, así que comprendemos perfectamente la importancia que la Rosea Rura tiene para los ejércitos de Roma. ¿En qué otro lugar pueden criarse unas mulas tan perfectas, y tantas? La sequía es una cosa, pero las Rosea Rura son algo muy diferente. Roma necesita mulas e Interamno está llena de asnos.

 

Y ahora paso a contarte algo muy peculiar. Catulo acaba de morir. Probablemente su padre te haya enviado la noticia y esté esperando tu regreso en el puerto Icio, pero he pensado que te gustaría saberlo. No creo que Catulo fuera el mismo después de que Clodia lo abandonase... ¿cómo la llamó Cicerón en el juicio de Celio? «La Medea del Palatino». No está nada mal. Pero a mi me gusta más «la Clitemnestra a precio de ganga». ¿No sería ella la que mató a Celer en el baño? Eso es lo que dicen todos.





Sé que estabas furioso cuando Catulo empezó a escribir esas malintencionadas sátiras sobre ti después de que nombrases a Mamurra como tu nuevo praefectus fabrum. Incluso Julia se permitió una risita o dos cuando las leyó, y piensa que no tienes ningún partidario más leal que Julia. Dijo que lo que Catulo no podía perdonarte era que hubieras elevado por encima de su posición a un poeta muy malo. Y que el mandato de Catulo como una especie de legado con mi sobrino Memmio cuando fue a gobernar Bitinia le dejó la bolsa más vacía de lo que lo estaba antes de que empezase a soñar con inmensas riquezas. Catulo debería haberme preguntado a mí. Yo le habría dicho que Memmio tiene la bolsa más apretada que el ano de un pez. Mientras que tus tribunos militares de rango inferior son generosamente recompensados.

 

Sé que saliste airoso de la situación... ¿cuándo no ha sido así? Suerte que su Tata es tan buen amigo tuyo, ¿eh? Él mandó llamar a Catulo, éste acudió a Verona, Tata le dijo que fuese bueno con su amigo César, Catulo pidió disculpas y entonces tú hiciste desaparecer la toga del pobre joven como por ensalmo. No sé cómo lo haces. Julia dice que es algo innato en ti. De todos modos, Catulo regresó a Roma y se acabaron por completo los pasquines irónicos sobre César. Pero Catulo había cambiado. Lo pude ver con mis propios ojos porque Julia se rodea de poetas y dramaturgos, y además debo decir que son buena compañía. Ya no le quedaba fuego, parecía muy triste y cansado. No se suicidó. Sólo se apagó como una lámpara cuando ha consumido todo el aceite.



Ojalá pudiera decirte que Julia está bien, pero la verdad es que no es así. Le dije que no había necesidad de tener hijos; Mucia ya me había dado dos hijos estupendos, y a la hija que tuve con ella le va muy bien casada con Fausto Sila. Éste acaba de entrar en el Senado, es un excelente joven. Sin embargo no me recuerda en lo más mínimo a Sila. Lo que probablemente sea una cosa buena.



Pero ya sabes que a las mujeres se les meten en la cabeza manías sobre lo referente a los bebés. Así que Julia está muy adelantada en el embarazo, de unos seis meses ya. Nunca ha estado bien desde aquel aborto que tuvo cuando me presentaba a cónsul. ¡Mi queridísima niña mi Julia! Qué tesoro me diste, César. Nunca dejaré de estarte agradecido por ello. Y, desde luego, su salud fue la causa de que yo le cambiara la provincia a Craso. Me hubiera tenido que ir a Siria, mientras que las Hispanias las puedo gobernar perfectamente desde Roma por medio de legados sin tener que moverme del lado de Julia. Afranio y Petreyo son de absoluta confianza, no se tiran ni un pedo a menos que yo les diga que pueden hacerlo.

 

Hablando de mi estimable colega consular (aunque, desde luego, admito que me llevé mucho mejor con él durante nuestro segundo consulado juntos que durante el primero), me pregunto cómo le irá a Craso allá en Siria. He oído decir que ha pellizcado dos mil talentos de oro procedentes del gran templo de los judíos de Jerusalén. Oh, ¿qué puede hacer uno con un hombre cuya nariz realmente es capaz de oler el oro? En cierta ocasión estuve en ese gran templo. Me aterrorizó. Aunque hubiera contenido todo el oro del mundo yo no habría pellizcado ni tan sólo una muestra.

 

Los judíos maldijeron formalmente a Craso. Y además lo hicieron en medio de la puerta Capena cuando salió de Roma en los idus del noviembre pasado. Lo maldijo Ateyo Capito, el tribuno de la plebe. Capito se sentó en medio del camino para obstruirle el paso a Craso y se negó a moverse, entonando sin parar maldiciones capaces de poner los pelos de punta. Tuve que hacer que mis lictores lo echaran de allí a la fuerza. Lo único que puedo decir es que Craso está almacenando una gran carga de rencor. Y tampoco estoy muy convencido de que tenga la menor idea de cuántos problemas puede darle un enemigo como los partos. Sigue creyendo que una catafracta parta es lo mismo que una catafracta armenia. Aunque él en su vida sólo ha visto un dibujo de una catafracta. Hombre y caballo, ambos ataviados de cota de malla de la cabeza a los pies. ¡Brrr!

 

El otro día vi a tu madre. Vino a cenar. ¡Qué mujer tan maravillosa! Y no lo es menos por ser tan sensata. Sigue siendo encantadoramente hermosa, aunque me dijo que ya ha pasado de los setenta. No parece que tenga más de cuarenta y cinco. Es fácil adivinar de quién ha heredado Julia su belleza. Aurelia también está preocupada por Julia, y tu madre no es una mujer de esas cotorras que hablan sin pensar. Lo sabes muy bien.

( C. McC. )



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