sábado, 13 de diciembre de 2014

LA DIGNITAS Y LA AUCTORITAS



La dignitas era el don más intangible de cualquier noble romano. La auctoritas representaba el ascendiente, la magnitud de su influencia pública, su capacidad para influir en la opinión pública y en las entidades públicas desde los sacerdotes a los encargados del Tesoro. La dignitas era distinto. Era una cualidad profundamente personal y exclusiva, aunque se proyectaba sobre todos los aspectos de la vida pública del individuo. ¡Qué difícil de definir! Claro, por eso existía, precisamente, la palabra. La dignitas era... ¿la magnitud del efecto que causaba alguien... el grado de su gloria? La dignitas resumía lo que un hombre era, como persona y como miembro destacado de la sociedad. Era el conjunto de su orgullo, su integridad, su fidelidad, su inteligencia, sus hazañas, su habilidad, su saber, su posición, su valía como hombre... La dignitas perduraba tras la muerte, era el único medio con que contaba el individuo para triunfar de la muerte. Sí, ésa era la mejor definición. La dignitas era el triunfo del hombre sobre la extinción de su ser físico. Y vista bajo esa perspectiva, los protagonistas de la vida romana trataban de hacerse con una reputación y nos méritos que le engrandecieran a ellos y sus familias. En eso residía la razón de ser y el orgullo romano


Por tanto la dignitas emanaba de la participación personal de un hombre en cuanto a la posición pública que ocupaba en Roma y que implicaba su valía ética y moral, su reputación, su derecho a respetar a sus iguales y a recibir un trato correcto por parte de éstos y de los libros de historia. Se trataba de una acumulación del peso personal como producto de las cualidades y obras propias y únicas. Por eso los romanos eran tan individualistas, aunque como pueblo se sintieran como grupo, como una familia común.


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