lunes, 1 de diciembre de 2014

LOS GRANDES CEMENTERIOS DE ROMA

 

Allí todo eran tumbas y más tumbas, salvo los imponentes mausoleos y sepulcros de los ricos y nobles, que flanqueaban las arterias que salían de la ciudad, y las simples lápidas de los humildes. Todos los romanos y griegos, incluidos los más pobres y los esclavos, soñaban con poder pagarse un monumento que atestiguara su existencia después de muertos. Por eso, pobres y esclavos formaban parte de asociaciones funerarias y aportaban lo poco que podían a aquellas fratrías, que administraban e invertían cuidadosamente los ingresos; las malversaciones abundaban en Roma, como en cualquier otra parte, pero las asociaciones funerarias estaban tan celosamente controladas por los afiliados, que a los administradores no les quedaba más remedio que ser honrados. Un buen funeral y una bonita tumba eran cosas importantes.

 

Un cruce de carreteras constituía el punto central de la enorme necrópolis situada en el Campus Esquilinus, y en el mismo cruce, entre unos frondosos árboles sagrados, se alzaba el imponente templo de Venus Libitina; dentro del podio se guardaban los libros de registro con los nombres de los ciudadanos romanos difuntos, acompañados de arcas y más arcas con el dinero pagado durante siglos por la inscripción. Por eso el templo poseía una gran riqueza, y aunque los fondos eran del Estado, no se tocaban. Se trataba de la Venus que regía a los muertos, no a los vivos, la Venus protectora de la extinción de la fuerza procreadora. Y su templo era la sede central del gremio de las empresas funerarias de Roma.

 



 Delante del templo había una explanada en la que se levantaban las piras, y detrás de ella estaba el cementerio de los pobres, una extensión siempre cambiante de fosas llenas de cadáveres, cal y tierra. Eran pocos los que, ciudadanos o no ciudadanos, elegían ser inhumados, aparte de los judíos, que recibían enterramiento en una zona especial, y los aristócratas de la familia noble de los Cornelios, a quienes se daba sepultura en la Via Apia. Por eso la mayoría de los sepulcros que convertían el Campus Esquilinus en una densa ciudad de piedra, guardaban urnas con cenizas en lugar de cuerpos en descomposición. Dentro del recinto sagrado de Roma no se enterraba a nadie, ni siquiera a los grandes.



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VÉAMOS AHORA EL MAUSOLEO DE CECILIA METELA:

































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