Más
vieja que él, rondaba ya los sesenta, y los años empezaban por fin anotarse. La
belleza de su cabellera no se transmitía a su corazón, reflexionó, y eso nunca
cambiaría. Ahora, sin embargo, dos anchos mechones blancos hendían su mata de
cabello negro como el hollín y le conferían una especial malignidad bastante
afín a su espíritu. Las arpías y las veneficae tienen
un pelo así, pero ella ha conseguido el triunfo definitivo de combinar la
maldad con la buena presencia.
Su cintura había aumentado y sus pechos en otro tiempo adorables estaban
ceñidos con implacable severidad, pero no había engordado lo suficiente para
que desaparecieran las nítidas líneas de su mandíbula o hinchar la ligera
concavidad del lado derecho de su cara provocada por el debilitamiento de sus
músculos. Tenía el mentón afilado, la boca pequeña, carnosa y enigmática, la nariz
demasiado corta para el ideal de belleza romana, y ancha en la punta, un
defecto que todo el mundo había olvidado gracias a los labios y los ojos, éstos
muy separados, oscuros como una noche sin luna, de mirada severa, fuerte e
inteligente. Tenía la piel blanca, las manos estilizadas y elegantes, los dedos
largos y las uñas arregladas.
(
C. McC. )
No hay comentarios:
Publicar un comentario