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miércoles, 8 de octubre de 2014

EL DICTADOR CAYO JULIO CÉSAR VISITA A SU YA MADURA AMANTE SERVILIA CEPIONIS




Más vieja que él, rondaba ya los sesenta, y los años empezaban por fin anotarse. La belleza de su cabellera no se transmitía a su corazón, reflexionó, y eso nunca cambiaría. Ahora, sin embargo, dos anchos mechones blancos hendían su mata de cabello negro como el hollín y le conferían una especial malignidad bastante afín a su espíritu. Las arpías y las veneficae tienen un pelo así, pero ella ha conseguido el triunfo definitivo de combinar la maldad con la buena presencia. Su cintura había aumentado y sus pechos en otro tiempo adorables estaban ceñidos con implacable severidad, pero no había engordado lo suficiente para que desaparecieran las nítidas líneas de su mandíbula o hinchar la ligera concavidad del lado derecho de su cara provocada por el debilitamiento de sus músculos. Tenía el mentón afilado, la boca pequeña, carnosa y enigmática, la nariz demasiado corta para el ideal de belleza romana, y ancha en la punta, un defecto que todo el mundo había olvidado gracias a los labios y los ojos, éstos muy separados, oscuros como una noche sin luna, de mirada severa, fuerte e inteligente. Tenía la piel blanca, las manos estilizadas y elegantes, los dedos largos y las uñas arregladas.



( C. McC. )

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