En ningún caso de los que
anteriormente habían llegado a la dignidad imperial fue tan grande la universal
complacencia. No se trataba ya de la esperanza de alcanzar el uso y disfrute de
bienes públicos y privados, sino de la certeza de poseer la plenitud de una
próspera fortuna y de que a sus puertas aguardaba la felicidad. Y así, no otra
cosa era dable sino ver a través de las ciudades altares, ceremonias
religiosas, sacrificios rituales, hombres con blancas vestiduras y coronas de
guirnaldas, radiantes, manifestando sus buenas disposiciones a través de la
alegría de su mirada; festejos, asambleas, certámenes musicales, carreras de
caballos, cánticos y bailes, celebraciones nocturnas al son de las flautas y
cítaras, regocijos, desenfrenos, holganzas y todas las clases de placeres que proporciona
cada uno de los sentidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario