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sábado, 12 de septiembre de 2020

CÉSAR DICE SOBRE ESPARTACO Y LAS LEGIONES DE CRASO

Dicho Espartaco debió haber sido un hombre de gran pericia. Había iniciado su revuelta con un puñado de setenta y cuatro gladiadores que, bajo su dirección, habían escapado de su encierro en el establecimiento de Capua. En menos de un año libertó esclavos en todo el país y derrotó a dos ejércitos consulares que fueron enviados en su contra. De entre sus prisioneros había elegido a trescientos romanos, forzándolos a luchar en combate singular para diversión de sus tropas, muchas de las cuales habían sido compradas para servir a los mismos fines de diversión en las arenas italianas. Se encontraba en libertad para marchar donde le agradase en Italia y se decía que abrigaba el propósito de dirigirse contra Roma. Por ese entonces la gente hablaba poco de las victorias de Pompeyo en España o de las de Lúculo en el Oriente. La guerra de esclavos se desarrollaba demasiado próxima a ellos y les parecía implacable, temible y, en cierto modo, obscena (puesto que las convenciones habían sido relegadas).


Hasta qué punto se consideraba seria la situación puede juzgarse por el hecho de que Craso entró en acción con diez legiones, una fuerza tan grande como aquella con que yo, en años posteriores, conquisté toda la Galia. Y aun con ese ejército enorme no pudo terminar la guerra muy fácilmente ni de inmediato. Pero ello no fue debido a una falta de competencia por su parte. En esa campaña, Craso dirigió sus tropas con una pericia y audacia por las que nunca se le concedió el crédito debido. La batalla final, en la que resultó muerto Espartaco, fue completamente decisiva. Craso celebró su victoria con una singular y cruel ostentación. Hizo crucificar a seis mil de sus prisioneros, haciéndolos colocar a intervalos regulares a lo largo de toda la extensión de la Vía Apia, desde Capua hasta Roma. En ocasiones yo solía cabalgar por ese camino y la vista de esos cuerpos, torturados primero, y luego dejados pudrir, resultaba terrible y, en cierto modo, también instructiva. Parecía representar el horror de una guerra en la que las convenciones de la sociedad (en este caso la obediencia de los esclavos a sus amos) habían quedado destruidas, y la podredumbre de una sociedad en la cual era posible una tan completa ruptura de la convención. También representaban el empleo en masa y brutal del poder que, en circunstancias tales, es lo único efectivo.




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