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lunes, 26 de noviembre de 2018

SÉNECA DICE SOBRE LOS BAÑOS PÚBLICOS


¡Contemplad!. Ruido estruendoso por todas partes. Vivo encima de unos baños públicos. Imagínate la gran variedad de gritos desesperantes que pueden llegar a mis oídos. Oigo a los culturistas ejercitando sus brazos levantando pesas de plomo, esforzándose, o al menos fingiendo esforzarse; oigo sus gruñidos y gemidos al levantar el peso y cuando sueltan el aliento los oigo resollar y respirar entrecortadamente. Luego tengo que soportar a un tipo más vago, que se conforma con un masaje barato con aceite; oigo el ruido de las manos golpeando sus hombros, los diferentes sonidos según le masajeen con la mano abierta o con el hueco. Y todavía hay más, ¡si un jugador de pelota se une al escándalo contando los puntos que logra ya es el colmo!. Súmale a esto la gente vulgar gritándose unos a otros, el ladrón al que cogen con las manos en la masa y al tipo al que le gusta oír su propia voz resonando por los baños junto a otros que cantan, aunque éstos al menos tienen voces decentes. ¡Y aún hay más!. Los que se lanzan a la piscina de golpe provocando un horrible estruendo. Piensa además en esos esclavos que se dedican a depilar axilas gritando continuamente para anunciarse con su chillona y estridente voz, y que no cesan a menos que estén efectivamente depilándole a alguien la axila, haciéndoles entonces gritar a ellos. En medio de todo esto están los gritos entremezclados de muchos vendedores: el vendedor de pasteles, el de salchichas, el confitero, los vendedores de comida, todos anunciando sus productos con sus gritos característicos. Mientras tanto, fuera del apartamento, preciso, coches de caballos traqueteando, mazazos procedentes de un taller cercano, un afilador de sierras trabajando allí al lado y, para acabarlo de arreglar, un vendedor de flautas que no sabe cantar, así que se limita a gritar todo el rato.








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