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lunes, 26 de noviembre de 2018

DION CRISÓSTOMO DESCRIBE LA TUMULTOSA VIDA CALLEJERA DE LAS CIUDADES ROMANAS


A menudo vemos cómo, incluso en medio de una gran y agitada muchedumbre, el individuo no tiene dificultad en realizar su trabajo; por el contrario, el hombre que toca la flauta o enseña a un alumno a tocar, se concentra en ello, a veces dando clase en plena calle, y ni la multitud ni el barullo de los transeúntes le distraen en absoluto. Lo mismo sucede con el bailarín o el maestro de danza; está inmerso en su trabajo, totalmente ajeno a los que pelean, venden y hacen otras cosas; y también pasa lo mismo con el arpista y el pintor. Pero he aquí el caso más extremo de todos: los profesores de enseñanza elemental se sientan en la calle con sus alumnos y, en medio del estruendo, nada les impide enseñar y aprender. Recuerdo haber visto una vez, paseando por el Hipódromo,  mucha gente reunida en un mismo punto, cada uno haciendo algo diferente: uno tocando la flauta, otro bailando, otro haciendo juegos malabares, otro leyendo un poema en voz alta, otro cantando y otro explicando un cuento o un mito, y, a pesar de todo, ni uno solo de ellos impedía a los demás que se ocupase de sus asuntos y realizase el trabajo que tenía entre manos.




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