Páginas

Páginas

martes, 27 de junio de 2023

CÉSAR EXPLICA EL MOTIN QUE TUVO EN SU EJÉRCITO

Siento peculiar horror por el amotinamiento de un ejército, así como siento horror por la traición de un amigo. Quizá los dos acontecimientos de la historia de mi época que más me conmovieron (en un sentido moral y en un sentido estético) sean el amotinamiento del victorioso ejército de Lúculo en el Oriente y el asesinato de Sertorio perpetrado por aquellos que, según se suponía, eran sus amigos. Hay algo trágico en tales hechos, pues tanto Lúpulo como Sertorio eran grandes soldados, que habían conquistado triunfos, y ambos, en momentos críticos, fueron abandonados y traicionados por débiles e innobles subordinados en quienes ellos confiaban. En cuanto a mí, supongo que siempre existe la posibilidad de que me asesinen, pero no creo que alguna vez sea incapaz de sofocar cualquier motín que se produzca entre mis tropas. Las conozco demasiado bien, y en el fondo también ellas me conocen.


Ello no obstante, el estallido de desórdenes en el seno de las legiones de Piacenza me inquietó mucho en aquella época. Comprobé que el desorden estaba concentrado en la novena legión, donde un pequeño grupo de agitadores había conseguido influir en la mayor parte de sus camaradas, incluso en unos pocos centuriones. Las perturbaciones emocionales se difunden rápidamente en un ejército, y cuando llegué a Piacenza también otras legiones estaban comprometidas en lo que equivalía a una rebelión. En cierto sentido, el aparente éxito de los agitadores me hizo más fácil tratar aquella cuestión, puesto que se habían organizado, hasta el punto en que pueden organizarse los amotinados, y habían elegido una comisión de doce hombres que pretendían representar al resto. La codicia y la piedad de si mismos eran los sentimientos que les habían sugerido sus supuestos motivos de queja.

 En virtud de varios tortuosos argumentos estaban convencidos de que merecían recompensas mayores de las que habían recibido. Y se quejaban a gritos (quejas que nunca se oyen, sino cuando los soldados están ociosos) sobre su estado de salud, los duros trabajos que habían sufrido en el pasado y la presión que constantemente yo ejercía sobre ellos para que acometieran aún más campañas y emprendieran más duros trabajos. Uno de sus oradores favoritos era aficionado a frases como ésta: «Hasta el metal de las espadas y escudos termina por gastarse. Sin embargo, este general nuestro continúa usándonos sin descanso para sus fines, aunque no estamos hechos de metal, sino de carne y hueso». Consideré esta oratoria bastante efectiva, aunque, por supuesto, en extremo deshonesta, y me enfureció el hecho de descubrir que se pretendía hacer creer a mis soldados que yo estaba prolongando la guerra deliberadamente, cuando desde el comienzo todas mis acciones indicaban mi deseo de la paz.


Evidentemente, era preciso que me presentara en persona ante la turba en desorden, que poco antes había sido un cuerpo de hombres disciplinados. Me llegué a ellos rodeado por un cuerpo de guardias inusitadamente grande y poderoso; eran hombres escogidos, a quienes todo el ejército conocía por sus hazañas. Y no era que yo temiera correr la suerte que hace ya mucho corrió mi suegro Cinna, quien por no haber tomado convenientes precauciones había sido asesinado por sus propias tropas amotinadas. Yo deseaba tan sólo mostrar a mis hombres que eran indignos de mi confianza y en seguida pude ver que mi actitud era eficaz. Aquellos soldados se desconcertaron al verme tan inesperadamente alejado de ellos. Sin duda sus supuestos cabecillas los habían persuadido de que todo cuanto tenían que hacer era amenazarme con que se unirían a Pompeyo y que entonces yo cedería a todas las demandas que quisieran exigirme. Ahora comenzaban a recordar lo que sabían perfectamente bien; es decir, que yo no soy hombre que se deje intimidar y que prefería morir antes que aceptar órdenes de mis propias tropas. Cuando comencé a hablar, se levantaron unos pocos gritos coléricos desde los bordes de la multitud de hombres, pero después de mis primeras frases, todos me escucharon en completo silencio.


Comencé por recordarles con serenidad lo que ellos y yo habíamos hecho juntos en las Galias y mencioné un hecho que, según dije, en mi opinión era obvio: que yo amaba a mis soldados y deseaba que ellos me amaran; pero como ellos sabían, no era yo uno de esos generales que tratan de ganar popularidad participando de los defectos de los soldados o bien perdonando sus faltas. Luego les señalé la circunstancia de que en todas sus campañas no sólo habían conquistado gran renombre, sino que habían sido las tropas mejor y más regularmente pagadas de toda la historia romana. Sabían cómo yo personalmente me había ocupado de todos los problemas referentes a los abastecimientos y a la comodidad de los soldados; sabían cómo los había recompensado después de cada acción triunfante. Sin duda recordarían los grandes esfuerzos que les había exigido, pero, ¿recordaban también el júbilo y la exaltación que habían mostrado en medio de la fatiga?. ¿Recordaban las victorias que nos habían hecho famosos en todo el mundo?.


Dije que me era difícil reconocer ahora en ellos a aquellos hombres a quienes había conocido y en quienes había confiado. Los encontraba en su propio país dedicados al saqueo de los bienes de sus compatriotas y comportándose verdaderamente peor que aquellos celtas y belgas a quienes habíamos derrotado. De esta manera se habían y me habían deshonrado. Les señalé que no me era posible creer que todos ellos estuvieran igualmente comprometidos en los cobardes e irresponsables actos que se estaban cometiendo. Prefería pensar que la mayor parte de ellos había sido inducido a cometer aquellas fechorías por un puñado de personajes ambiciosos y enfadados, a quienes probablemente pagaba el enemigo y que nunca habían sido buenos soldados ni buenos hombres. Pero, así y todo, la actitud general era mala. Aquellos pocos bribones habían sin duda conseguido corromper a la masa de hombres. Los habían persuadido a obrar contra el honor y contra la naturaleza; porque en efecto, existe una ley de la naturaleza según la cual algunos deben mandar, y otros, obedecer. Si se viola esa ley, toda la organización de los seres humanos, con el conjunto de sus instituciones, cae en el caos y la confusión.


En cuanto a mí, ellos sabían muy bien si estaba capacitado o no para mandar. Yo descendía de los fundadores originales de Roma; es más, de los propios dioses inmortales. Y el Estado me había confiado los poderes de pretor, de cónsul y de procónsul, para gobernar provincias. ¿De qué me valía mi linaje, o los poderes con que me había investido el pueblo romano, si ahora iba a recibir órdenes de unas pocas personas despreciables de mi propio ejército?.  ¿Se imaginaban esos miserables agitadores que podrían amedrentarme?. ¿De qué manera?. ¿Creerían que yo temía la muerte?. Pero aun suponiendo que todo el ejército hubiera decidido salirse de mi mando, yo prefería morir antes que renunciar a mis derechos y deberes de combate. ¿Creían que podían influir en mi con la amenaza de desertar y de unirse a Pompeyo?. 

Si ésta era la idea de lealtad que ellos tenían, y si ésta era realmente su disposición, que Pompeyo les diera la bienvenida. Por mi parte, prefería tener a tales soldados contra mí que en mi ejército. Pero no fueran a imaginarse que iba a facilitarles el libre traslado a Grecia o permitirles que marcharan por Italia saqueando su propio país. Ellos podrían pensar sólo en sí mismos, pero yo tenía que pensar en los intereses de la república y en los míos propios. No deseaba tener en mi ejército hombres dispuestos a amotinarse, pero tampoco iba a tolerar ladrones y bandidos en Italia, así como no los había tolerado en las Galias.


Al terminar este discurso, la mayor parte de los centuriones y oficiales se adelantaron, cayeron a mis pies y me imploraron que perdonara a los hombres que tenían bajo su mando. Pude ver que verdaderamente representaban el sentimiento del ejército. Así y todo, me pareció que era necesario tomar alguna medida disciplinaria. Sobre la base de la información que había recibido, había mandado componer una lista de ciento veinte nombres que incluía el de todos los cabecillas y casi todos sus más ardientes seguidores. Hice leer en voz alta la lista, y por la reacción de los hombres noté que mi información en general era correcta. Seguidamente se hizo un sorteo para elegir doce nombres del total de la relación, pero dispuse las cosas de modo tal que los doce fueran aquellos que, según mis informaciones, eran los verdaderos jefes del amotinamiento. Una vez más, cuando se leyeron estos nombres en voz alta, el ejército pareció manifestar una especie de satisfacción y respeto por lo que se suponía era el acierto del azar. Sin embargo, uno de los hombres protestó violentamente, y vi que el resto consideraba con simpatía sus protestas. Hice investigar el caso de aquel hombre y comprobé que era un buen soldado, que se hallaba ausente con licencia cuando comenzó el motín y que no estaba complicado de ninguna manera en el levantamiento. Había sido denunciado por un centurión con el que tenía una cuestión personal. Me pareció justo que ese centurión ocupara en la lista de condenados el lugar de aquel hombre a quien había acusado falsamente. Y así se hizo. Los doce hombres fueron ejecutados, y la disciplina quedó enteramente restablecida. Ahora tenía la libertad de ir a Roma y tenía la seguridad de que en mi ejército no se producirían más disturbios.



martes, 20 de junio de 2023

MÁXIMINO EL TRACIO, EL PRIMER EMPERADOR DE ORIGEN BÁRBARO

Maximino nació hacia el año 173 en Moesia o Tracia, de padre campesino godo y madre alana. Su nombre original era Cayo Julio Vero Maximino, y recibió el apodo de Tracio por su lugar de nacimiento. Según algunas fuentes antiguas, padecía de gigantismo, lo que le hacía tener una estatura y una fuerza extraordinarias.

 

Entró en el ejército romano bajo el reinado de Septimio Severo y ascendió rápidamente por sus méritos militares. La juventud de Maximino estuvo marcada por su servicio en el ejército romano. Ingresó como soldado raso y rápidamente destacó por su destreza física, su disciplina y su feroz lealtad hacia Roma. Su impresionante estatura, que se dice que superaba los 2 metros, y su fuerza sobrehumana le valieron el apodo de "el Tracio". A medida que ganaba reconocimiento, fue ascendido a varios rangos militares y se distinguió en las campañas en Germania y Panonia. Sirvió en varias provincias, como Egipto, Mesopotamia y Germania, y llegó a comandar una legión y a reclutar soldados.

 

En el año 235, cuando el joven emperador Alejandro Severo intentó negociar con los germanos en lugar de combatirlos, el ejército se rebeló y lo asesinó a él y a su madre Julia Mamea. Maximino, que era uno de los comandantes más respetados por los soldados, fue proclamado emperador cerca de Maguncia el 20 de marzo de ese año. Siendo el primer emperador de origen plebeyo y sin experiencia política, Maximino tenía grandes ambiciones y propósitos para su reinado.

 

El Senado romano aceptó a regañadientes a Maximino como emperador, aunque lo consideraba un bárbaro y un usurpador. Maximino desconfiaba del Senado y se mantuvo alejado de Roma, dedicándose a las campañas militares contra los germanos y los sármatas. Su hijo Cayo Julio Vero Máximo fue nombrado César y sucesor. Dicen las fuentes que fue el primer Emperador militar, sin rango senatorial, nombrado sin un decreto del Senado, sólo con la aclamación del ejército

 

Maximino se caracterizó por su crueldad y su despotismo. Ejerció una fuerte presión fiscal sobre las provincias imponiendo impuestos exorbitantes y confiscando propiedades de la nobleza,  para financiar sus guerras y recompensar a sus soldados. Persecució a los cristianos y a los partidarios de Alejandro Severo. Mandó ejecutar a varios senadores que sospechaba que conspiraban contra él o que apoyaban a otros candidatos al trono.

 

En el año 238, estalló una revuelta en África contra Maximino, encabezada por Gordiano I y Gordiano II, dos senadores que fueron proclamados emperadores por las tropas locales. El Senado romano reconoció a los Gordianos como legítimos gobernantes y declaró a Maximino enemigo público.

 

Maximino marchó con su ejército hacia Italia para sofocar la rebelión, pero se encontró con la resistencia de la ciudad de Aquilea, que le cerró las puertas. Mientras asediaba la ciudad, los Gordianos fueron derrotados y muertos por un rival en África. El Senado eligió entonces a otros dos emperadores: Pupieno y Balbino.

 

Maximino no pudo tomar Aquilea y sufrió la deserción de algunas de sus tropas. Finalmente, en abril del 238, fue asesinado por sus propios soldados junto con su hijo y sus colaboradores más cercanos. Sus cabezas fueron cortadas y enviadas a Roma como trofeos.

 

Se sabe poco sobre las relaciones que tuvo Maximino con las mujeres. Se casó con Cecilia Paulina, una dama romana de rango senatorial, con la que tuvo un hijo, Cayo Julio Vero Máximo. Su matrimonio fue descrito como feliz y duradero, y juntos tuvieron tres hijos. Sin embargo, la felicidad de Maximino se vio ensombrecida por la noticia de la muerte de su esposa y sus hijos a manos de sus enemigos políticos. Este trágico evento se convirtió en un punto de inflexión en la vida de Maximino y lo impulsó a buscar poder y venganza. Luego también se casó con una noble romana llamada Balbina.

 

Los propósitos que pretendía Maximino en su reinado eran principalmente consolidar su poder frente a sus enemigos internos y externos, y mantener la lealtad del ejército mediante el aumento de sus salarios y la victoria en las guerras. También quiso restaurar la disciplina y la moral entre los soldados, castigando severamente cualquier acto de indisciplina o cobardía.

 

Maximino no mostró interés por las cuestiones administrativas, jurídicas, religiosas o culturales del imperio. Tampoco se preocupó por ganarse el favor del Senado, del pueblo o de las provincias. No obstante, Maximino se centró en proyectos de construcción en Roma y en otras ciudades del Imperio. Entre los monumentos que construyó se encontraba un gran acueducto que traía agua del río Nera a Roma. Sin embargo, su reinado se vio empañado por la persecución de cristianos, que fue particularmente brutal en su época.

 

Su reinado fue breve y violento, y marcó el inicio de la crisis del siglo III, una época de inestabilidad política, social y económica para Roma.  No obstante, quiero añadir un par de preguntas para resaltar esta entrada:

 

1.- ¿Qué motivó su hostilidad hacia los cristianos y cómo se llevó a cabo la persecución?, ¿ cómo esta persecución afectó la relación de Maximino con otras comunidades religiosas en el Imperio Romano?.

 

La hostilidad de Maximino el Tracio hacia los cristianos se debió a varios factores, entre ellos:

 

- Su desconfianza hacia el Senado romano, que tenía muchos simpatizantes cristianos y que apoyó a otros candidatos al trono, como los Gordianos.

- Su resentimiento hacia Alejandro Severo y su madre Julia Mamea, que habían favorecido a los cristianos y que fueron asesinados por él.

- Su temor a perder el apoyo del ejército y del pueblo, que podían ver en el cristianismo una amenaza para la religión tradicional y el orden social.

 

La persecución se llevó a cabo mediante edictos imperiales que ordenaban la ejecución de los líderes cristianos, la confiscación de sus propiedades y la prohibición de sus reuniones. También se incentivó la delación y la violencia popular contra los cristianos. Según algunas fuentes, Maximino llegó a ordenar que se sacrificara a los niños cristianos en los templos paganos.

 

La persecución afectó negativamente la relación de Maximino con otras comunidades religiosas en el Imperio Romano, ya que generó descontento, resistencia y solidaridad entre los perseguidos. Algunos grupos religiosos, como los judíos, los maniqueos o los montanistas, se vieron también afectados por las medidas de Maximino. Otros, como los neoplatónicos o los gnósticos, intentaron mantenerse al margen o buscar un diálogo con el poder.

 

2.- ¿Cuáles fueron los principales desafíos que enfrentó Maximino y cómo impactaron en la estabilidad política, social y económica del imperio?

 

Fueron los siguientes:

 

- La oposición del Senado romano, que lo consideraba un bárbaro y un usurpador, y que apoyó a varios pretendientes al trono, como los Gordianos, Pupieno y Balbino.

- La revuelta en África contra Maximino, encabezada por Gordiano I y Gordiano II, dos senadores que fueron proclamados emperadores por las tropas locales y reconocidos por el Senado.

- La resistencia de la ciudad de Aquilea, que le cerró las puertas y le impidió avanzar hacia Italia para sofocar la rebelión.

- La deserción y el asesinato de sus propios soldados, que estaban cansados de sus campañas militares y de su crueldad.

 

Estos desafíos impactaron negativamente en la estabilidad política, social y económica del imperio, ya que provocaron:

 

- Una guerra civil entre las diferentes facciones que aspiraban al trono imperial.

- Una crisis fiscal por el aumento de los impuestos y las confiscaciones para financiar las guerras y recompensar a los soldados.

- Una crisis social por el aumento de la violencia, la inseguridad y la pobreza entre la población civil.

- Una crisis religiosa por la persecución a los cristianos y otros grupos minoritarios.


lunes, 19 de junio de 2023

RESTRICCIONES Y REQUISITOS PARA SER UNA VESTAL EN LA ANTIGUA ROMA

Los que han escrito sobre la “consagración” de las Vestales, y entre ellos el más escrupuloso es Antistio Labeón, han afirmado que es sacrilegio tomar a una niña menor de seis años o mayor de esa edad, así como a una niña que no tenga padre o madre, sea tartamuda, medio sorda o marcada por alguna tara corporal, o a una niña que se haya emancipado o cuyo padre lo haya sido, o se encontró, viviendo su padre, bajo la potestad de su abuelo; del mismo modo aquella cuyos padres, o uno u otro o los dos, han sido esclavos o ejercen profesiones infamantes. Pero aquella cuya hermana ha sido escogida para este sacerdocio tiene derecho, según dicen, de ser excluida; igualmente, aquella cuyos padres es flamen, augur, quindecimviro elegido para las ceremonias sagradas, septemviro epulón o salio. Se tiene también la costumbre de conceder la dispensa de este sacerdocio a la desposada con un pontífice y a la hija del dignatario elegido para las trompetas de las ceremonias sagradas. Ateyo Capitón asegura, por otra parte, en sus escritos que no se debe elegir a la hija de un hombre que no tenga su domicilio en Italia y hay que excluir a aquellas cuyo padre tenga tres hijos. Una virgen vestal desde que ha sido consagrada, llevada al atrio de Vesta y entregada a los pontífices, al punto sin emancipación y sin pérdida de personalidad jurídica sale de la potestad paterna y adquiere el derecho de redactar su testamento. Sobre la costumbre y el rito según el cual se realiza la elección no hay documentos de alguna antigüedad a no ser que quien fue elegida la primera lo fue por el rey Numa. Pero hemos encontrado la ley Papia, que prescribe que veinte jóvenes sean escogidas al arbitrio del sumo sacerdote y que se haga una tirada a suerte entre ellas en asamblea… La tirada a suerte prevista por la ley Papia no parece más necesaria ahora, en efecto, si un hombre de buen nacimiento alcanza el sumo pontificado y ofrece a su hija para el sacerdocio, puesto que se puede tener cuenta de esta candidatura sin violar las reglas religiosas, el senado concede dispensa de la ley Papia.

 

( Aulo Gelio)

 

El texto es un extracto de las "Noches áticas" de Aulo Gelio, un jurista y escritor romano del siglo II d.C. . Es una obra variada que contiene diferentes anécdotas sobre historia, literatura, filosofía, derecho, ciencia y otros asuntos que el autor fue recopilando durante sus viajes por el Ática y por Roma. El extracto corresponde al primer libro, capítulo 12, y habla sobre la selección y el régimen de las vírgenes vestales, unas sacerdotisas consagradas al culto de la diosa Vesta en la antigua Roma.

 

El texto muestra una visión muy machista y excluyente hacia las mujeres. La selección de las vestales se hacía con criterios muy exigentes que descartaban a niñas con ciertas características físicas, como ser balbuciente, medio sorda o tener algún "defecto corporal". También se descartaba a las hijas de personas de oficios considerados "infames" o cuyos padres habían sido esclavos. Estos criterios reflejan una mentalidad antigua que desprecia a las mujeres y perpetúa prejuicios discriminatorios basados en el aspecto físico o la ocupación de sus padres. 

Además, se mencionan exclusiones basadas en el rango social de los padres, como los flámines, augures o aquellos que participaban en ritos sagrados. Estos criterios impedían el acceso de las mujeres a puestos religiosos relevantes y perpetuaban una jerarquía social que beneficiaba a ciertos grupos. Por otro lado, el texto también menciona la exención de ciertas restricciones para las casadas con pontífices o hijas de dignatarios. Esto indica que, en algunos casos, el estatus social y los privilegios familiares podían influir en la elección de las vestales, lo cual contradice la idea de una selección basada en cualidades individuales.

 

El extracto también refleja la mentalidad y los valores de la sociedad romana, que exigía a las vírgenes vestales una pureza física y moral absoluta, así como una lealtad inquebrantable a su deber sagrado. Las vestales disfrutaban de un gran respeto y honor, pero también estaban sujetas a una rigurosa disciplina y control. Su castidad era esencial para el bienestar de la ciudad y su infracción se castigaba con la muerte.


CONFESIONES, por SAN AGUSTÍN DE HIPONA

 

CONFESIONES, por SAN AGUSTÍN DE HIPONA      

 

Confesiones es un libro en el que San Agustín de Hipona escribió acerca de su juventud pecadora y de cómo se convirtió al cristianismo. Es ampliamente aceptada como la primera autobiografía occidental jamás escrita, y se convirtió en un modelo para otros autores cristianos de los siguientes siglos. No es una autobiografía completa, pues fue escrita tras sus primeros 40 años de vida y vivió hasta los 76, tiempo durante el cual produjo otros importantes trabajos, entre ellos La ciudad de Dios. De todos modos, proporciona gran información sobre la evolución de su pensamiento en sus primeros años. El libro es un acabado trabajo de filosofía y también un importante aporte a la teología.

 

La obra está dividida en 13 libros. En ellos se narra la niñez de Agustín, su adolescencia y juventud, su carrera académica, su estancia en el maniqueísmo, su proceso personal de acercamiento al cristianismo (ya conocido en la niñez), su conversión, y sus primeras experiencias como católico. Entre las ideas que más influyen en el mundo occidental se encuentran las que se refieren a la memoria y la interioridad (libro X) y al tiempo (libro XI).

 

En el libro, Agustín también habla de su relación con Dios, con quien se dirige en forma de oración a lo largo de toda la obra. Expresa su arrepentimiento por sus pecados y su alabanza por la gracia divina que le permitió encontrar la verdad. También reflexiona sobre las Sagradas Escrituras, especialmente el Génesis, y sobre los misterios de la creación, el mal, el libre albedrío y la Trinidad.

 

Confesiones es una obra que muestra el camino espiritual de San Agustín desde su infancia hasta su madurez como cristiano. Es una obra que combina la sinceridad autobiográfica con la profundidad filosófica y teológica. Es una obra que revela el corazón y la mente de uno de los más grandes pensadores de la historia.





domingo, 18 de junio de 2023

IMPERMANENCIA DE LA EXISTENCIA EN SÓFOCLES

Para los hombres, nada dura: ni la noche estrellada, ni las desgracias, ni la riqueza; todo esto de pronto un día ha huido.

 ( Sófocles )

 

La frase pertenece al poeta trágico griego Sófocles (Colona, 496 a. C. - Atenas, 406 a. C.), autor de obras maestras como Antígona y Edipo rey. Esta frase refleja una visión de la vida humana marcada por la fugacidad, el cambio y la incertidumbre. Nada es permanente ni seguro para los hombres, ni siquiera lo que parece más hermoso o más doloroso. Todo puede desaparecer de un momento a otro, sin previo aviso.

 

Esta idea puede resultar desalentadora o angustiante, pero también puede tener una lectura positiva. Si nada dura, entonces podemos apreciar más lo que tenemos en el presente, sin darlo por sentado ni aferrarnos a ello con ansiedad. Podemos disfrutar de la belleza de la noche estrellada, sin temer que se acabe; podemos soportar las desgracias, sabiendo que no son eternas; podemos usar la riqueza con generosidad, sin apegarnos a ella con codicia. Podemos vivir con más libertad y más gratitud, aceptando el fluir de la existencia.

 

Sófocles fue un hombre que supo aprovechar su vida al máximo. Fue un poeta prolífico y exitoso, que ganó numerosos concursos teatrales y que innovó en el género de la tragedia griega. Fue también un ciudadano comprometido con su patria, que participó en la vida política y militar de Atenas. Fue un amante de la belleza y del conocimiento, que cultivó la música, la danza y la amistad con otros sabios como Heródoto y Pericles. Murió a los noventa años, siendo venerado por sus contemporáneos como un modelo de virtud y de talento.

 

Su obra nos ha legado un testimonio incomparable de la cultura y el pensamiento griegos, así como de los conflictos universales del ser humano. Sus personajes se enfrentan a dilemas morales, a pasiones desbordadas, a destinos adversos, pero también muestran su valor, su inteligencia, su compasión y su dignidad. Sus tragedias nos hacen reflexionar sobre temas como la justicia, el poder, el amor, la familia, el deber, el conocimiento y el sentido de la vida.

 

La frase que os he expuesto nos invita a tomar conciencia de nuestra condición humana, limitada y vulnerable, pero también capaz de crear belleza y significado. Nos anima a vivir el presente con intensidad y con sabiduría, sin olvidar que todo es efímero y que debemos estar preparados para el cambio. Nos recuerda que somos parte de un cosmos maravilloso y misterioso, que nos ofrece oportunidades y desafíos constantes, siendo la vida un constante fluir, como un baile en el que todo está en movimiento.


MUNERAS DEL EMPERADOR TITO

El Coliseo fue inaugurado por el emperador Tito en el verano de 80.

 

Nos dejó escrito  Suetonio: (…)  Ninguno de sus predecesores le superaba en munificencia;  cuando inauguró el anfiteatro y las termas colindantes que tan rápidamente fueron construidas ofreció un munera aparatosísimo y abundantísimo. Dio también una batalla naval en la vieja naumaquia ( la de Octavio Augusto), y ahí mismo también juegos de gladiadores y en un día exhibió 5000 fieras de todas las clases.

 

Nos dejó escrito Dión Casio: (…)  La mayor parte de lo que hizo Tito no se caracterizó por nada que no fuese digno de reseñar, pero en la dedicación ( inauguración) del teatro de caza ( el Coliseo) y de las termas que llevan su nombre ofreció muchos espectáculos destacables. Hubo una batalla entre grullas y también entre cuatro elefantes. Tanto animales domados como salvajes fueron sacrificados hasta la cifra de 9000, y mujeres –aunque ninguna de prominencia- tomaron parte en sacrificarlas. En cuanto a los hombres, muchos se batieron en combate singular ( uno contra uno) y muchos grupos se enfrentaron tanto en batallas de infantería como navales, pues Tito de repente llenó este mismo teatro de agua y trajo caballos y toros y algunos otros animales domésticos que habían sido enseñados a comportarse en el líquido elemento igual que sobre la tierra. También trajo a gente sobre barcos, quienes ahí se enzarzaron en un combate naval, representado a los corcyreos y a los corintios, y otros dieron una exhibición similar fuera de la ciudad, en el bosque de Cayo y Lucio, un lugar que había construido Augusto para este mismo propósito ( celebrar naumaquia). Ahí ( en la naumaquia Augusta) el primer día también hubo un espectáculo gladiatorio y una caza de bestias; el lago había sido antes cubierto con una plataforma de planchas de madera y se levantaron gradas de madera a todo su alrededor. El segundo día ahí, en la naumaquia, hubo una carrera de caballos, y el tercer día una batalla naval entre 3000 hombres, seguida por una batalla de infantería. Los “atenienses” conquistaron a “los de Siracusa” –fueron estos los nombres que usaron los combatientes-, realizaron un desembarco en la isleta y capturaron un muro que había sido construido ahí. Estos fueron los espectáculos que se ofrecieron, y continuaron por un centenar de días.


Los testimonios de Suetonio y Dión Casio dan para reflexionar sobre las contradicciones entre la crueldad y la magnanimidad del emperador Tito, que por un lado ordenó la masacre y la esclavización de miles de judíos y por otro lado socorrió a los damnificados por las catástrofes naturales como fue el caso de Pompeya sepultada por la lava del Vesubio. Dan para reflexionar sobre el contraste entre el esplendor y el horror de los espectáculos ofrecidos por Tito, que implicaron la muerte de miles de animales salvajes, gladiadores y prisioneros contra los que no había sensibilidad y se aprovechaban de espectáculo que tanto agradaba a la plebe romana. Y dan para reflexionar  sobre el impacto económico, social y cultural de los muneras en el Imperio romano, que supusieron un enorme gasto público al Estado Romano,  pero una fuente de entretenimiento y propaganda para el pueblo pudiendo durar hasta 100 días de interminables festejos muchas veces ofrecidos por intereses políticos , y finalmente una expresión artística y arquitectónica para la posteridad en la construcción de tan magníficos anfiteatros.