La decadencia de Roma fue la
consecuencia natural e inevitable de su inmoderada grandeza. La prosperidad
propicio el comienzo del deterioro. Las causas de la destrucción se
multiplicaron con la extensión de las conquistas. Y tan pronto como el tiempo o
la casualidad hubo eliminado los puntos de apoyo artificiales, el formidable
edificio cedió bajo la presión de su propio peso.
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