Su
plano urbano es cabalmente digno de elogio; de hecho, la regularidad de sus calles se asemeja a la de una plantación. Posee una sala
de conciertos y un puerto de apariencia muy curiosa que parece poner ante nosotros, hasta donde alcanza la vista, un mar en
calma en el que nada han
de temer los barcos.
Allí se encontrara una oferta publica excepcional: la de la calle de los plateros {vicus argentariorum). Y en cuanto a las
diversiones, sus habitantes solo se emocionan con un único espectáculo: el de los juegos del anfiteatro.
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