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sábado, 28 de marzo de 2020

DISTURBIOS DE JERUSALÉN


 
Los Disturbios de Jerusalén  se refieren a los disturbios masivos en el centro de la provincia romana de Judea, que se convirtieron en el catalizador de la gran revuelta judía.
 
De acuerdo con Josefo, la violencia del año 66 d. C. comenzó inicialmente en Cesarea, provocada por los griegos de cierta casa de comerciantes que sacrificaron aves frente a una sinagoga local. La guarnición romana no intervino y, por lo tanto, las antiguas tensiones religiosas entre los helenísticos y los judíos helenizados, por un lado, y los judíos ortodoxos, por otro lado, tuvieron una espiral ascendente de violencia. En reacción, el hijo del Sumo Sacerdote del templo judío, Eliezer ben Hanania, hizo cesar las oraciones y sacrificios por el emperador romano. Las protestas por los impuestos se sumaron a la lista de agravios y ataques aleatorios de ciudadanos romanos y percibidos «traidores» acaecidos en Jerusalén. El templo judío fue entonces ocupado por las tropas romanas a órdenes del gobernador romano Gesio Floro (Gessius Florus), quien retiró diecisiete talentos del tesoro del Templo, alegando que el dinero era para el emperador.

 
Josefo atribuye a Gesio Floro una buena parte de la responsabilidad en el desencadenamiento del conflicto, junto con el radicalismo zelote, mantenido y alentado a partir del rechazo al censo confeccionado en época de Publio Sulpicio Quirinio.
 
Josefo hace alusiones constantes a un tipo de procurador nefasto, inculpándolo gravemente en el desencadenamiento de una crisis irreversible que, en buena medida, parece buscada a propósito por él mismo. De Gesio Floro —destaca Josefo— que si el procurador Albino, su predecesor en el cargo, era un corrupto por sus frecuentes robos y extorsiones [F.J., Bell Iud., II, 272-276], Floro lo fue aún peor, pues ya no guardó disimulo alguno y todo lo hacía descarada y cruelmente y, lo que era aún más grave, «planeaba la guerra», buscando de forma consciente la sublevación, para tapar y desviar sus iniquidades ante su máximo superior, el emperador [F.J., Bell Iud., II, 282-283]. Buscando «encender la guerra» ordena extraer diecisiete talentos del tesoro de Templo [F.J. Bell Iud., II, 293-294] y al estallar el conflicto, siempre latente entre la población greco-siria y judía de Cesarea Marítima, —para Josefo uno de los detonantes que lleva al «comienzo de la guerra»— [F.J. Bell Iud., II, 284], no parece que el procurador haga nada para encauzar el problema, sino todo lo contrario [F.J. Bell Iud., II, 287-288]. Se comporta de un modo abusivo incitando a la población judía en la capital, Jerusalén, al frente de una cohorte de infantería y de un destacamento de caballería [F.J. Bell Iud., II, 295-296], provocando una masacre (¿3.600 muertos?) [F.J., Bell Iud., II, 307] y haciendo que la tropa romana actúe «con una crueldad hasta entonces desconocida» [F.J. Bell Iud., II, 308].

 
En respuesta a esta acción, la ciudad cayó en los disturbios y parte de la población judía comenzó a burlarse abiertamente de Floro pasando una cesta alrededor para recoger el dinero como si Floro fuera pobre. Floro reaccionó a los disturbios mediante el envío de soldados a Jerusalén el día siguiente para allanar la ciudad y detener a varios de sus líderes, quienes más tarde fueron azotados y crucificados, a pesar de que muchos de ellos eran ciudadanos romanos.

 
Inmediatamente, las facciones nacionalistas de Judea indignadas tomaron las armas y la guarnición militar romana de Jerusalén fue arrasada rápidamente por los rebeldes. En septiembre de 66, los romanos en Jerusalén se rindieron y fueron linchados. Mientras tanto, los habitantes griegos de la capital de Judea, Cesarea, atacaron a sus vecinos judíos; los judíos respondieron del mismo modo, expulsando a muchos griegos de Judea, Galilea y los Altos del Golán. Temiendo lo peor, el rey pro-romano Agripa II y su hermana Berenice huyeron de Jerusalén a Galilea. Las milicias de Judea expulsaron posteriormente a los ciudadanos y funcionarios pro-romanos de Judea, limpiando el país de todos los símbolos romanos.




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