Nunca he estado más contrariado por los compromisos que me han
impedido acompañarte en tu viaje a Campania para convalecer, o salir
inmediatamente a reunirme contigo. En este momento especialmente necesito estar
contigo; necesito ver con mis propios ojos lo que haces para recobrar la salud,
si en realidad disfrutas plenamente de la tranquilidad, los placeres y la
abundancia de ese lugar. Aun cuando te encontrases fuerte, tu ausencia seguiría
inquietándome, pues, cuando se ama a alguien con pasión, es una tortura pasar, aunque
sólo sea un momento, sin saber nada del ser querido. Pero, tal como están las
cosas, la idea de tu ausencia, junto con tu mala salud, me aterroriza con vagas
y confusas ansiedades. Me imagino todo lo imaginable: mis imaginaciones me
hacen tener miedo de todo, y, como pasa siempre que se tiene miedo, veo las
mismas cosas que más imploro que no sucedan. Por tanto, te ruego encarecidamente
que tengas compasión de mis temores y me envíes una carta, o mejor dos, cada
día. Mientras las esté leyendo me preocuparé menos: cuando termine de leerlas volverán
de nuevo mis temores. Escribe cuanto puedas, aunque la delicia de recibir tus
cartas es un puro tormento.
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