¡Oh dioses! ¡Qué criaturas más
desgraciadas y dignas de compasión. Todo su cuerpo era un mar de moratones
inflamados; sus lastimosas ropas, más que cubrir, apenas rozaban sus espaldas
marcadas por la vara, algunos sólo cubrían sus partes pudendas con un pequeño
trozo de tela; vestían unas túnicas tan harapientas que su cuerpo se podía ver
a través de los jirones, llevaban la cabeza medio rapada, letras marcadas en la
frente y grilletes en los pies; sus pestañas estaban quemadas a causa del humo
y el polvo que flotaba en la oscuridad y estaban medio ciegos, feos y
amarillentos. Como luchadores cubiertos de tierra, aquellos hombres estaban
cubiertos de la ceniza sucia de la harina.
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