Aquí quiero dejar bien sentado que nunca, en momento
alguno de mi vida, he practicado la homosexualidad. No uso los argumentos de
Augusto contra ella, en cuanto a que impide que los hombres tengan hijos para
servir al Estado, pero siempre me ha parecido lamentable y desagradable ver a
un hombre crecido, quizás un magistrado, un hombre de familia, baboseando
lujuriosamente por un chiquillo rechoncho de cara pintada y pendientes; o a un
anciano senador haciendo de reina Venus ante algún alto y joven Adonis de la caballería
de la guardia, que tolera al viejo tonto sólo porque tiene dinero.
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