Cristo no sólo permitió a quienes le aman verle, sino también
tocarle y comerle, y clavar los dientes en su carne, y estrecharse con él, y
saciar todas las ansias del amor. Salgamos, pues, de aquella mesa, como leones,
respirando fuego terrible a Satanás, con el pensamiento fijo en nuestro capitán
y en el amor que nos ha demostrado.
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