Viriato envió a sus amigos mas fieles, Audax,
Ditalcon y Minuro, a Cepión para negociar los acuerdos de paz.
Estos, sobornados por Cepión con grandes regalos y muchas promesas, le dieron
su palabra de matar a Viriato. Y lo llevaron a cabo de la manera siguiente.
Viriato, debido a sus trabajos y preocupaciones, dormía muy poco y las más de
las veces descansaba armado para estar dispuesto a todo de inmediato, en caso
de ser despertado. Por este motivo, le estaba permitido a sus amigos visitarle
durante la noche. Gracias a esta costumbre, también en esta ocasión los socios
de Audax aguardándole, penetraron de muerte en el cuello que era el único lugar
no protegido por la armadura. Sin que nadie se percatara de lo ocurrido a causa
de lo certero del golpe, escaparon al lado de Cepión y reclamaron la
recompensa.
Este en ese
mismo momento les permitió disfrutar sin miedo de lo que poseían, pero en lo
tocante a sus demandas los envió a Roma. Los servidores de Viriato y el resto
del ejército, al hacerse de día, creyendo que estaba descansando, se extrañaron
a causa de su descanso desacostumbradamente largo y, finalmente, algunos
descubrieron que estaba muerto con sus armas. Al punto los lamentos y el pesar
se extendieron por todo el campamento, llenos todos de dolor por el y temerosos
por su seguridad personal al considerar en que clase de riesgos estaban
inmersos y de que general habían sido privados. Y lo que mas les afligía era el
hecho de no haber encontrado a los autores.
Tras haber engalanado espléndidamente el cadáver de
Viriato, lo quemaron sobre una pira muy elevada y ofrecieron muchos sacrificios
en su honor. La infantería y la caballería corriendo a su alrededor por
escuadrones con todo su armamento prorrumpía en alabanzas al modo bárbaro y
todos permanecieron en torno al fuego hasta que se extinguió. Una vez concluido
el funeral, celebraron combates individuales junto a su tumba. Tan grande fue
la nostalgia que de el dejó tras si Viriato, un hombre que aun siendo bárbaro,
estuvo provisto de las cualidades mas elevadas de un general; era el primero de
todos en arrostrar el peligro y el mas justo a la hora de repartir el botín.
Pues jamás acepto tomar la porción mayor aunque se lo pidieran en todas las
ocasiones, e incluso aquello que tomaba lo repartía entre los mas valientes.
Gracias a ello tuvo un ejercito con gente de diversa procedencia sin conocer en
los ocho años de esta guerra ninguna sedición, obediente siempre y absolutamente
dispuesto a arrostrar los peligros, tarea esta dificilísima y jamás conseguida fácilmente
por ningún general.
( Apiano en
"Iberia" )
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