En los momentos de mayor
tranquilidad es cuando hay que prepararse para lo peor. Y los métodos que yo
sugiero para la seguridad de Roma, provocan la consternación de mis amigos e
incluso acusaciones de que soy inmoderado y que estoy perdiendo el sentido de
la proporción. Un hombre que puede dar órdenes a la escoria de una nación, que
no siente amor por su país, un revolucionario poseído por el odio y la envidia
y con sentimientos vengativos, perverso y traidor, no es un individuo del que
pueda uno reírse ni ignorarlo. Mis amigos son demasiado complacientes; creen
que Roma está fundada sobre una roca, que nuestra Constitución es invulnerable
y nuestras leyes demasiado fuertes. Les gusta creerse tolerantes con las
opiniones de todos los hombres y se niegan a reconocer que hay hombres
profundamente pervertidos, que son monstruos por naturaleza. Se miran sus
propios rostros agradables y paternales y creen que sus espejos reflejan a todo
el mundo. ¿Sabes lo que me dicen? ¡Que los seguidores de Catilina constituyen
una pequeña minoría en Roma!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario