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sábado, 14 de marzo de 2015

CARTA DE CAYO JULIO CÉSAR DESDE RÁVENA, A CNEO POMPEYO MAGNO EN ROMA


Acabo de enterarme de la muerte de Publio Clodio. Es un asunto chocante, Magno. ¿Hasta dónde va a llegar Roma? Y ha sido muy prudente por tu parte protegerte con un buen cuerpo de guardia. Cuando el asesinato se convierte en algo tan descarado, cualquiera es una víctima en potencia, y tú tienes más probabilidades de serlo que nadie.

 

Tengo varios favores que pedirte, mi querido Magno, el primero de los cuales se que no te importará concederme, pues mis informadores me dicen que ya le has pedido personalmente a Cicerón que utilice su influencia para arremeter contra Celio a fin de obligarle a que deje de alborotar en tu contra y en apoyo de Milón. Si quisieras pedirle a Cicerón que haga el viaje hasta Rávena (el clima de aquí es delicioso, así que no se le hará demasiado duro), yo te estaría muy agradecido. Quizá si mis súplicas se unen a las tuyas, Cicerón se decida a ponerle el bozal a Celio.

 

El segundo favor es más complicado. Llevamos ocho años siendo amigos estimados, seis de ellos con el deleite de compartir a nuestra queridísima Julia. Han pasado diecisiete meses desde que nuestra niña falleció, tiempo suficiente para aprender a vivir sin ella, aunque nuestras vidas no volverán a ser lo que eran. Quizá ahora sea el momento de pensar en renovar nuestra relación a través de lazos matrimoniales, que es una manera romana de demostrarle al mundo que estamos unidos. Ya he hablado con Lucio Pisón, que está feliz con la idea de que yo le ceda una muy cómoda fortuna a Calpurnia y me divorcie de ella. La pobre criatura está completamente aislada en el mundo femenino de la domus publica, pues mi madre ya no está allí para hacerle compañía y ella no ve a nadie. Debería darle la oportunidad de encontrar un marido que tenga tiempo para dedicarle antes de que llegue a una edad en que no sea fácil encontrar un buen marido. Fabia y Dolabela son buenos ejemplos.

 

Tengo entendido que tu hija Pompeya no es muy feliz con Fausto Sila, especialmente desde que Fausta, la hermana gemela de éste, se casó con Milón. Con Publio Clodio muerto, Pompeya se verá obligada a mantener contactos sociales que van en contra de su gusto y de los deseos de su padre. Lo que te propongo es que Pompeya se divorcie de Fausto Sila y se case conmigo. Yo soy, como tú ya tienes buenos motivos para saber, un marido decente y razonable siempre que mi esposa se mantenga por encima de cualquier sospecha. La querida Pompeya es todo lo que yo podría pedirle a una esposa.

 

Ahora vamos a tratar de ti, que estás viudo desde hace diecisiete meses. ¡Cómo desearía tener una segunda hija que ofrecerte! Pero desgraciadamente no es así. Tengo una sobrina, Acia, pero cuando le escribí a Filipo para preguntarle qué le parecería divorciarse de ella, me respondió que prefería conservarla, pues es una perla que no tiene precio y está por encima de toda sospecha.


 Si hubiera una segunda Acia yo echaría mis redes más allá, pero, ay, Acia es mi única sobrina. Acia tiene una hija del difunto Cayo Octavio, como tú sabes, pero de nuevo la suerte de César falla.


 Octavia apenas tiene trece años, si es que llega. No obstante Cayo Octavio tiene otra hija de su primera esposa, Ancaria, y esta Octavia ya está en edad casadera. Tiene unos precedentes senatoriales muy buenos y sólidos, y los Octavios, que proceden de Velitras, en tierras del Lacio, siempre han tenido cónsules y pretores en alguna de las ramas de la familia. Cosas todas estas que tú ya sabes. Bueno, pues tanto Filipo como Acia se sentirían muy complacidos en darte a Octavia como esposa.

 

Por favor, piénsalo bien, Magno. ¡Echo muchísimo de menos a mi yerno! Y convertirme ahora en tu yerno sería un cambio muy agradable.

 

El tercer favor es sencillo. Mi gobierno de las Galias e Iliria acabará unos cuatro meses antes de las elecciones, en las que pienso presentar la candidatura para mi segundo consulado. Como los dos hemos sido el blanco de los boni y no les tenemos en gran estima, desde Bíbulo hasta Catón, no deseo darles la oportunidad de juzgarme en cualquier tribunal que esté tan amañado que consiga hacerme caer. Si tengo que cruzar el pomerium y entrar en la ciudad de Roma para presentar mi candidatura, automáticamente renunciaré a mi imperium. Sin él pueden obligarme a ir a juicio ante un tribunal. Gracias a Cicerón, los candidatos al consulado no pueden presentar la candidatura in absentia. Pero yo necesito hacerlo así. Una vez que sea cónsul, me ocuparé de cualquier acusación falsa que los boni presenten contra mí.

 

Pero durante esos cuatro meses tengo que conservar mi imperium. Magno, he oído decir que pronto serás dictador. No hay nadie que pueda hacer las funciones de ese cargo mejor que tú. En realidad creo que tú podrás devolverle la luminosidad que necesita después de que Sila lo mancilló de manera tan lamentable. ¡Roma no tendrá que temer a las proscripciones y a los asesinatos bajo el gobierno del buen Pompeyo Magno! Si tú vieras el camino despejado para procurarme una ley que me permitiera presentar in absentia mi candidatura al consulado, te estaría enormemente agradecido por ello.

 

Acabo de recibir una copia del informe que Cayo Casio Longino hizo para el Senado explicando cómo están las cosas en Siria. Un documento extraordinario; escribe mejor de lo que yo pensaba que ningún Casio pudiera hacer, aparte de Casio Ravila. El epílogo hablando del avance del pobre Marco Craso hacía Artaxata y de la corte de los dos reyes era desgarrador.

 

Que sigas bien, mi querido Magno, y escríbeme en seguida. Queda tranquilo con la seguridad de que sigo siendo el amigo que más te quiere,

César



( C. McC. )




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