-Lucio Cornelio, te aconsejo que
busques en los mercados de Utica un sombrero bien fuerte con ala lo más ancha
posible. Ya sé que has estado por toda Italia este verano, pero el sol de
Numidia es mucho más intenso y aquí uno se abrasa como yesca.
( Era cierto; la blanca e
impoluta tez de Sila, hasta entonces indemne por una vida fundamentalmente
sedentaria, acusaba los avatares al aire libre de aquellos meses de viaje por Italia,
entrenando tropas y aprendiendo él mismo lo más posible. Su orgullo no le había
permitido permanecer a la sombra mientras los demás sufrían el sol, y por orgullo
se había impuesto llevar el casco ático, símbolo de su alcurnia, que no le protegía
convenientemente. Ya había pasado lo peor, pero tenía muy poco pigmento cutáneo
para que estuviera atezado, y las zonas ya curtidas y en curso de curación eran
tan blancas como siempre; sus brazos habían salido mejor librados que la cara,
y era muy posible que pasado un tiempo brazos y piernas pudiesen aguantar la
insolación, pero jamás su rostro.)
-Lucio Cornelio, desde que entré
en las legiones, a los diecisiete años, siempre he causado irrisión por una
cosa u otra. Al principio, por ser escuálido y pequeño; luego, por ser demasiado
grande y torpe. No hablaba griego; era provinciano y no de Roma. Así que me
hago cargo de lo humillado que te sientes por tener una piel blanca tan delicada;
pero para mi es más importante, como comandante jefe, que tengas buena salud y
te sientas físicamente cómodo y no que conserves lo que consideras tu imagen
ante tus iguales. ¡Búscate un sombrero! Y sujétatelo con un pañuelo de mujer,
con cintas o con un cordón oro y púrpura si lo encuentras. ¡Y riete tú de
ellos! Hazlo como algo excéntrico, y pronto observarás como nadie se fija. Te
recomiendo también que busques alguna crema o ungüento que reduzca la cantidad de
sol que absorbe la piel. Y si la más adecuada apesta a perfume, ¿qué más da?
( C. NcC. )
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