Desde que me casé con Calpurnia
durante mi primer consulado, hace casi quince años, viví con ella más de una
semana o dos seguidas. Sin embargo, está satisfecha con su posición y goza de
su lealtad. Yo, por mi parte, aunque parezca que la he visto poco, he tenido
cuidado en respetarla y en cierto modo la quiero muchísimo. Si por lo menos
hubiera podido darme un hijo la habría amado como amé a Cornelia, con quien me
casé en mi temprana juventud y que me dio el único hijo que puedo considerar
con confianza mío. Cornelia ha muerto, y también Julia. Es cierto que he dado
permiso a la reina de Egipto para que llame Cesarión a su hijo, pero naturalmente
habré de ver cómo se desarrolla el niño antes de llegar a una conclusión definitiva.
Cleopatra siempre creerá lo que desee creer. No he descartado la posibilidad de
casarme con ella, aunque me doy cuenta de que si hiciera semejante cosa escandalizaría
a la opinión pública de Italia. Primero tengo que conquistar Partia, y acaso, mediante
esa conquista, nazca una nueva concepción de la realeza o de la divinidad.
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