De las matanzas de Cayo
Mario en su último consulado aprendí fuera de toda duda que no hay nada
bueno, nada que demande necesariamente nuestro afecto y respeto en la
naturaleza humana, que, una vez libre de sus restricciones, se convierte en horrible
espectáculo; que toda dignidad y junto con ella la posibilidad de afecto, viene
de las restricciones, ya sean impuestas por uno mismo o por el exterior; y que
de todas las pasiones de que es capaz el corazón del hombre, la más baja es la
venganza.
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