En mis tiempos de niño era
costumbre inculcar en los muchachos romanos, durante sus lecciones de historia,
cuán sabia, estable y dúctil era la constitución romana, cuán firme y al mismo tiempo
generoso era el trato que los romanos daban tanto a sus aliados como a sus enemigos;
y finalmente cuán rica y generosa era Roma como resultado de ejercer a través
de los años sus antiguas virtudes -sobriedad, patriotismo, seriedad, fortaleza
y sobre todo un gran sentido del honor-. Se formó en mí la creencia
de que con nuestro Senado habíamos desarrollado el más eficaz cuerpo de
gobierno de la historia del mundo.
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