No
debe negarse a ningún hombre el permiso para adherirse a los ritos cristianos o
de cualquier otra religión que le atraiga, para que así la divinidad suprema, a
cuyo culto nos entregamos libremente, continúe otorgándonos su favor y
benevolencia.
Se concede a todos, así como a los cristianos,
el franco y libre ejercicio de sus respectivas religiones, y no queremos restar
nada del honor debido a cualquier religión o a sus adeptos.
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