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lunes, 30 de marzo de 2020

ARISTÓTELES Y PLATÓN



Entre los alumnos de  la academia,  el que más lloró la muerte del Maestro fue Aristóteles, que, no bastándole con llevar luto, elevó un altar en su  honor. Mas, ¿le fue esto sugerido por el afecto o por un poco de mala conciencia?

 

Había venido a Atenas de Estagira,  pequeña  colo-nia griega en el corazón de Tracia.  Pertenecía  también a una buena familia burguesa; su padre  había sido, en Pella, el doctor de  confianza de Amintas, padre de Filipo y abuelo de Alejandro. Y por él  había sido iniciado en los estudios de medicina y de anatomía. Pero, al conocer a Platón, le  ocurrió lo que a éste al conocer a Sócrates; su vocación cambió de rumbo, sin que, empero, su temperamento lo siguiera.

 

Aristóteles siguió siendo discípulo  de  Platón durante veinte años, siendo probable que los primeros los hubiese pasado bajo la fascinación del Maestro, el cual tema lo que a él le faltaba: la poesía. Platón no seguía un riguroso sistema científico ni como  método de enseñanza ni como doctrina. Era, más que un pensador, un artista  que,  pese  a  su  manía  de  encuadrar las ideas en un orden geométrico y en una jerarquía determinada, no llegó jamás a dominar su propio carácter pasional, que le llevaba invariablemente a las contradicciones. Amaba las Matemáticas precisamente porque en ellas buscaba el rigor del que carecía. 


Mas el que quiera estudiar sus teorías debe filtrarlas, como las pepitas de oro en el fango, de su prosa cenagosa y elaborada, llena de divagaciones literarias y de ilustraciones poéticas. Él mismo reconocía ser incapaz de escribir un «tratado». Prefería los «diálogos» porque se prestaban más a la improvisación y a las digresiones. Hasta  como  cronista  no  se fija mucho en la sutileza. El retrato que nos ha dejado  de Sócrates es ciertamente «verdad», pero es una verdad obtenida por medio de anécdotas que el mismo retratado reconoce como inventadas de raíz. Platón es un escritor, y como tal describe sus personajes con un vivacísimo sentido dramático, que, claro, se da de bofetadas con la realidad.

 

Es imposible, dada su vastedad, resumir la doctrina de Platón. Pero resulta bastante claro qué clase de hombre fue. Nietzsche le llamó «un precristiano» por algunas de sus anticipaciones teológicas y morales. Tuvo, naturalmente, una religiosidad peculiar, pero muy confusa, en la cual  el  concepto  del  pecado  y  de la purificación se mezclan a extrañas creencias pitagóricas y orientales sobre la transmigración de las almas. En el terreno moral,  es  un  acérrimo  puritano. Y en política un totalitario que, de  vivir  hoy,  recibiría el «premio Stalin». Propugna la censura en la Prensa, el control  del  Estado  sobre  los  matrimonios y la educación, proclama la disciplina como más importante que la verdad. Sus últimos Diálogos son descorazonadores: el heredero de la gran cultura ateniense entona himnos a Esparta y  aprueba el  apartamiento a que ésta había sometido la poesía, el arte y  la propia filosofía. Como coherencia, por parte del antiguo discípulo de Sócrates, no estaba mal.

 

Nadie tal vez ha tenido  nunca  más  que  Aristóteles, el sentido exacto de las confusiones y de las contradicciones en que incurría Platón, cuando, con los años, aprendió a mirarle con ojos desapasionados y críticos. No es que le hubiese faltado jamás al  respeto. Antes bien, por lo que cuenta Diógenes Laercio, se hizo notar por el Maestro no sólo como el más inteligente, sino también el más diligente de los discípulos. Pero bajo aquella aparente docilidad, estaba preparando ya sus refutaciones.

 

Muerto Platón, Aristóteles emigró a la Corte de Hermias, un tiranuelo del Asia  Menor,  con  cuya  hija  Pitia se casó. Y  se  disponía  a  fundar  allí  una escuela propia bajo los auspicios del dictador, que había estudiado con él en la academia, cuando los persas lo mataron y se anexaron el Estado. Aristóteles  logró  huir a Lesbos, donde Pitea  murió  después  de  haberle dado una hija. El viudo volvió  a  casarse más tarde, o al menos convivió, con Erpilis, célebre hetaira de aquel tiempo. Pero el recuerdo de Pitia le atormentó siempre, y al morir pidió ser sepultado a su lado: patético detalle que contrasta un poco con su leyenda de hombre seco y frío, todo cerebro razonador, incapaz de pasiones y de sentimientos.

 

En 343, Filipo, que probablemente le conocía como hijo del médico de su padre, le llamó a Pella para confiarle la educación de Alejandro.  Y  si  esto  fue, para el filósofo, un gran honor, fue también el comienzo de sus desdichas. Alejandro sintió mucha veneración por su maestro. Durante las vacaciones le escribía cartas devotas, casi apasionadas, jurándole que, una vez hubiese heredado el poder, lo ejercería sólo en beneficio de la cultura. No sabemos si Aristóteles, por su lado, soñaba hacer de Alejandro lo que Platón había soñado hacer de Dionisio II : el instrumento de su filosofía. Pero creemos que no : era un hombre demasiado desencantado para entregarse a semejantes ilusiones. Sin embargo, desempeñó su cometido de tal modo que Filipo, como premio, le hizo gobernador de Estagira, donde su obra fue tan apreciada que a partir de entonces la  fecha  de  su  onomástica. fue celebrada como un aniversario festivo.

 

Terminada su misión, volvió a Atenas,  donde  fundó, en competencia con la academia, el famoso liceo que, a diferencia de aquélla, notoriamente aristocrática, reclutó sus alumnos entre la clase media. Pero el contraste no se limitaba ahí; afectaba también a la sustancia y los métodos de enseñanza. Aristóteles apuntó sobre todo a la ciencia y modeló sus criterios sobre las exigencias de los estudios científicos.

 

Con un sentido muy claro de la división  del  trabajo, reunió a  sus  alumnos  en  grupos,  a  cada  uno  de los cuales confió un concreto cometido escolástico. Unos tenían  que  recoger  y  catalogar  los  órganos  y las costumbres  de  los  animales,  otros  los  caracteres y la clasificación de las plantas, otros  más  compilar una historia del pensamiento científico. El hijo del médico había heredado de su padre y de sus primeros estudios de Anatomía en Pella el gusto por la noción exacta sobre lo particular  concreto.  Su  pensamiento no procedía, como el de Platón, por líricas ilustraciones y adivinaciones poéticas, sino por inducciones razonadas sobre hechos experimentales.  Su  Organon, que quiere decir «instrumento», es un documento de apiñamientos. Antes de formular una teoría. Aristóteles quiere que se haya aclarado también el sentido de las palabras con las cuales se dispone  a  enunciarla. Nos explica que son las «definiciones», las «categorías», etc. Es, en suma, el verdadero «profesor».

 

Es muy probable que no suscitase ni entre sus alumnos ni entre sus amigos —si es que los tuvo— el afecto y la simpatía que inspiraba  Platón.  Era  hombre reservado, casi impenetrable, un trabajador metódico, sujeto al horario como un burócrata. De sus jornadas, todas iguales, dedicaba la mañana a las lecciones para los estudiantes regulares. Pero no las daba desde la cátedra, sino paseando  con  ellos  a  lo  largo de los peripatoi,  o  sea  los  pórticos  que  circundaban el colegio y que precisamente dieron el nombre a la escuela peripatética, o sea «paseante». Por la tarde  abría también las puertas al público profano, a quien daba conferencias sobre problemas más elementales. Pero el máximo empeño lo ponía en el cuidado de la biblioteca, del parque zoológico y del museo natural. Para organizarlos, había tenido, naturalmente, ayuda financiera de Alejandro, quien ordenó además a todos sus cazadores, pescadores y exploradores que mandasen todo cuanto de interés científico encontraran.

 

En realidad, Aristóteles era más bien un  científico que llegó a la Filosofía inductivamente, especialmente por la biología. Fue el primero en intentar una clasificación   de   las   especies  animales  dividiéndolas en «vertebrados» e «invertebrados», en esbozar la  teoría de la generación, y en intuir los caracteres hereditarios. Llegó a los problemas biológicos del alma pasando a través de los  anatómicos del cuerpo, y los  afrontó con el mismo escrúpulo de exactitud y de observación. 


Solamente sobre una cosecha  impresionante" de  datos y de experiencias, a  las  que  dedicó  su  vida  propia y la de una  generación  entera  de  estudiosos,  construyó su sistema filosófico, destinado a permanecer como un insuperable ejemplo de «planificación».  Escribía mal. Su prosa es fría, sin palpitación, sin la dramática vivacidad de la de Platón. Se repite y se  contradice. Este maestro del razonamiento a menudo razona a despropósito. Especialmente cuando se enfrenta con la Historia cae en errores garrafales, porque, creyéndola fruto de la Lógica, no recoge en ella los motivos pasionales, que son en cambio los que la  determinan. Mas eso no es óbice para que su obra permanezca acaso la más grande y rica construcción de la mente humana.

 

No se sabe casi nada de su vida privada, tal vez porque fuera de la escuela no la tuvo. Se  conoce tan sólo una flaqueza suya: la de los anillos, de los que se llenaba los dedos hasta ocultarlos  todos. De  política  no se ocupó más que en un  plano teórico, propugnando una timocracia, es decir, una combinación de aristocracia y de democracia, que garantice las competencias y reprima  los  abusos  de  la  libertad  sin  caer en la tiranía. Era, como se ve, mucho menos radical que Platón y, por tanto,  se  nos hace difícil  atribuir  a esas doctrinas la causa de su desgracia.

 

El hecho es que Aristóteles no era popular en Atenas, un poco por su carácter austero y huraño, pero sobre todo por sus vínculos  con  el  amo  macedonio. Y, encima, existía la rivalidad entre el liceo y la academia, que le creaba antipatías.

 

Cuando Alejandro murió, Aristóteles fue acusado de «impiedad». Era la acostumbrada excusa a la que se recurrió en el caso de Sócrates. De sus libros fueron entresacadas algunas frases que, tomadas aisladamente, podían sonar a irreverentes; método que, desde entonces, no ha caído jamás en desuso. Entre otras Cosas, le echaron en cara también los honores que  él había tributado siempre a la memoria de su suegro Herméiades, no tanto porque éste se había vuelto un rano, cuanto porque había nacido esclavo.

 

Aristóteles comprendió  que  era  inútil  defenderse y a escondidas abandonó la ciudad. «No quiero —dijo— que Atenas se manche con otro delito contra la filosofía.» El tribunal le condenó a muerte por  contumacia y tal vez pidió su extradición al Gobierno de Cálcida, donde se retiró en casa de sus parientes maternos. Sea como fuere, no hubo incidente  diplomatico, pues Aristóteles murió repentinamente,  no  se sabe si de una dolencia de estómago o, como Sócrates, por ingerir cicuta.

 
Su cuerpo se sumió en la fosa  casi al mismo tiempo que el de su ex alumno Alejandro.

( Indro Montanelli )

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