Octavio Augusto sedujo al
ejército con botines, a la gente con repartos de grano gratuito, al mundo
entero con el confort de la paz y luego, gradualmente, asumió el poder del
Senado, los magistrados y la creación de leyes. No había oposición, pues los
más bravos de los hombres cayeron en la línea de batalla o ante las listas de
la proscripción.
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