Pretendo gobernar el mundo de
un extremo al otro y de un lado al otro del Mare Nostrum. No como un rey o
siquiera como un dictador, sino como un simple senador dotado con todo el poder
de los tribunos de la plebe. ¡Todo correcto!. Hace falta un romano para que
gobierne el mundo como debe ser gobernado. Alguien que no disfrute del poder,
sino del trabajo. El poder no ha de ser la prerrogativa del gobernante. El
poder es como el dinero, una herramienta. Los autócratas orientales son los
déspotas, los que gobiernan de forma muchas veces propia de alguien consumido
por la locura. Ninguno de los reyes absolutos ama la tarea, el trabajo. Por eso
los romanos valoramos la democracia y el uso temporal de los poderes al
servicio de nuestro pueblo por parte de sus ciudadanos más notables. Con el trabajo bien hecho el pueblo siempre gana; con las decisiones erróneas, el pueblo sufre los malostratos de las nefastas
consecuencias.
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