Epícrates,
en «El esclavo difícil de vender», pone en boca de un esclavo indignado estas
palabras: «¿Qué hay más odioso que ser llamado a donde están bebiendo a la voz
de “chico, chico”; servir, además, a un joven imberbe, llevarle un orinal y ver
las cosas tiradas ante nosotros, pasteles a medio comer y trozos de pollo que,
a pesar de haber sobrado de la comida, las mujeres nos prohíben comer a los esclavos?
¡Pero lo que realmente hace que nos hierva la sangre es que nos llamen glotones
avariciosos cuando alguno de nosotros come alguna de aquellas cosas!».
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