Cualquier
persona considerada culpable de un delito sufría castigos que resultan extremadamente crueles para la mentalidad actual.
Pero ése era el objetivo del castigo: disuadir a otros mediante el terror a
castigos espantosos, como manos amputadas, latigazos, condena a las minas o a
los espectáculos de gladiadores, decapitación, ahorcamiento, morir devorados
por animales salvajes y crucifixión. Pero casi nadie pasaba el tiempo en una
cárcel inmóvil y privado de libertad.
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