Era evidente que
el general Cayo Julio César había participado en los sufrimientos y privaciones
de sus soldados: había caminado
cuando ellos caminaban; vivido de unos pedazos de carne pasada cuando ellos lo
hacían; nunca se había
distanciado de ellos en las largas marchas ni en las terribles ocasiones en que
habían tenido que apiñarse
detrás de sus fortificaciones sin percibir otro destino que el de ser
capturados y quemados
vivos en jaulas de mimbre.
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