El
premio de ser el Primer Hombre de Roma no vale la pena. En realidad...¡nunca
vale la pena!, ¡nunca!. Pero tanto Cayo
Mario como yo no lo hacemos por eso. Lo que ocurre es que ambos somos
personajes que cuando nos ponen los arreos para hacer las siete vueltas de la carrera,
corremos contra nosotros mismos. ¿Qué otra alternativa le quedaría a un Cayo
Mario?. Es el mejor caballo y corre
contra sí mismo, para superarse. Igual que yo. Soy capaz ¡y voy a hacerlo!.
Pero lo mío es sólo a mi a quien importa. Así somos los romanos, y por este
espíritu nuestro ninguna otra nación puede vencernos.
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