El
consulado, Cayo Mario, es un cargo para personas muy por encima de vuestros
orígenes provincianos. Los que ocupan la silla curul deben merecerla por su
cuna, las hazañas de sus antepasados y las suyas propias. Antes preferiría caer
en desgracia y morir que ver a un itálico de la frontera de los samnitas, un
patán analfabeto que ni debería haber sido pretor, sentado en la silla de
marfil de cónsul.
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