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sábado, 9 de septiembre de 2017

LA RENOVACIÓN MILITAR DE LA ROMA REPUBLICANA


Desde sus remotos orígenes, Roma estuvo habitada por tres tribus (latinos, etruscos y sabinos). Una tribu constaba de diez curias o barrios, cada uno de los cuales aportaba a la defensa de la ciudad cien soldados de infantería (centuria) y diez de caballería (decuria). El total, treinta centurias y treinta decurias, hacía la legión, es decir, el ejército de Roma.

 

 En su origen este ejército romano sólo alistaba a los ciudadanos censados, los romanos de toda la vida, por lo tanto excluía a los proletarii, descendientes de los emigrantes que fueron llegando después, que no figuraban en el censo. En un principio la exclusión parecía natural. Los romanos de pleno derecho, los censados, poseían las propiedades, eran los dueños de la ciudad. Puesto que ellos eran los realmente interesados en la supervivencia de Roma, a ellos competía su defensa. Estos ciudadanos legionarios se costeaban armas y equipo de su propio peculio y sólo eran convocados en caso de peligro. No existía ejército permanente.

 

Así fue durante varios siglos, pero en tiempos de César, un general, Mario, reformó radicalmente el ejército cuando vio las tremendas dificultades de reclutamiento que hubo de afrontar para alistar los soldados necesarios en la guerra contra Numidia. ¿Por qué seguir desaprovechando la estupenda cantera de reclutas que encerraban las clases populares de Roma? Mario abolió las barreras legales que impedían el acceso a las legiones a todo el que aspirara a la ciudadanía romana. Los pobres hicieron largas colas delante de las oficinas de reclutamiento. Estaban encantados, no sólo porque en la milicia tenían posibilidad de convertirse en ciudadanos romanos, con todos los privilegios que ello entrañaba, sino porque, además, de este modo podían correr mundo y, con un poco de suerte, enriquecerse con el botín de las conquistas. Incluso podían soñar en ascender por méritos de guerra y retirarse ricos y honrados. Y el que no aspirara a tanto, por lo menos se conformaba con ver mundo, comer caliente y recibir regularmente una paga interesante.

 

 El ejército se convirtió en una ocupación productiva para los que no tenían ocupación y, en la medida en que los desheredados iban acogiéndose a sus filas, los romanos acomodados se convirtieron en objetores y comenzaron a excluirse del servicio militar. Los soldados proletarios no tenían prisa por licenciarse y firmaban por veinte años. Como eran gente sin recursos, la ciudad los equipaba. Desde entonces el armamento se produjo en serie: cascos montefertinos (parecidos a la gorra hípica, pero con la visera en el cogote), cotas de malla hasta las rodillas, escudos ovales, espadas cortas, jabalinas ligeras, sandalias claveteadas, grebas, picos y palas… El ejército creció, se modernizó, se uniformó, se profesionalizó.

 

Creció el espíritu de cuerpo en la familia militar. Los legionarios se sentían más vinculados al general que los mandaba que a la institución de la que emanaba el poder del general, es decir, del Senado. El camino estaba abierto para que cualquier general ambicioso se hiciera con el poder. Mientras tanto, la máquina militar romana, bien engrasada y puesta a punto, proseguía la conquista del mundo.

( Juan Eslava Galán en "Julio César, el hombre que pudo reinar" )



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