Siempre se había dicho que todas
las Julias que nacían eran un tesoro por tener el peculiar
y afortunado don de hacer felices a sus maridos, y así todas ya estaban
predispuestas siempre a seguir y cumplir con la tradición familiar siendo
entregadas a los mejores candidatos fueran patricios o plebeyos, pero que
fueran lo suficientes ricos para que pudieran ascender los peldaños del cursus
honorum, la escala honorífica que llevaba al pretorado y al consulado, porque
solo con dinero era posible una buena carrera política, y para poder estar en
el Senado como mínimo se exigía que cada familia tuviera como mínimo 500
yugadas de tierra (equivalente a unas 125 hectáreas, o sea a unos 1.250.000
metros cuadrados), que eso equivale a una extensión como casi tres veces la
superficie del actual Estado del Vaticano.
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