¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué
me has desamparado? ¿Por qué no me has ayudado? Grito de sol a sol; pero no me
oyes. Soy un reproche para los hombres, soy despreciado del pueblo y los que me
ven, se burlan de mí; me abren los labios y mueven la cabeza diciendo: Confió
en que el Señor le salvaría. Dejemos que El le salve, mostrando así que le es
grato. Me miraban con la boca abierta como si fuera un rugiente león que
merodease. Me han vaciado como si fuera agua y todos mis huesos están
descoyuntados. Mi corazón es como cera y se ha mezclado con mis entrañas. Mis
fuerzas se han secado como un tiesto y Tú me has llevado al polvo de la muerte.
Puedo contar mis huesos, que parecen mirarme con fijeza. Hacen pedazos mis
prendas y echan a suertes mis vestiduras.
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